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»El conde de Pópoli parecía satisfecho de sus proyectos; pero, a pesar de esto, en algunos momentos violentábase para aparecer con un aspecto tranquilo, y, en ocasiones, surcaban su frente imperceptibles arrugas. Contra su costumbre, parecía preocupado por una idea y semejábase a un hombre sumido en profundas meditaciones.

De pronto, presentose en la puerta del salón, como no atreviéndose a entrar, un hombre vestido con una ropilla negra. Este hombre era el señor Manuel Perico, notario real de la ciudad de Granada, y apoderado del duque de Carvajal. Llevaba a la condesa de Pópoli el contrato de matrimonio. Isabel se estremeció.

»Buscamos un refugio en Inglaterra; habiendo llegado sin recomendación alguna, no teníamos conocimiento en el país, y carecíamos de recursos; nuestros bienes confiscados nos privaban de toda esperanza; juzguen ustedes, pues, de mi situación, cuando nos pidieron el precio de nuestro alojamiento, que las pocas alhajas que me quedaban no bastaban para pagar... Ibamos a ser despedidos vergonzosamente; estábamos próximos a encontrarnos sin pan, sin asilo... cuando llegó para el conde de Pópoli un paquete de Londres y una letra, por la cual un antiguo deudor del duque de Arcos enviaba a la sobrina de éste diez mil libras esterlinas que le debía hacía mucho tiempo.

»Hacía algunos meses que el conde de Pópoli visitaba con frecuencia a los señores de las cercanías, o los recibía en nuestra casa, donde tenían conferencias secretas. En fin, con gran sorpresa mía, llegué a observar que ya no se dedicaba solamente a la caza.

Quiso librar a los napolitanos del yugo de los españoles e hizo entrar en el complot a muchos nobles de los alrededores, de los que se creía jefe, y de los que no era más que el instrumento; porque, en caso de triunfo, hubieran recogido el fruto de una sublevación en la que el conde de Pópoli corría todos los peligros.

»En eso caso, ¿aprueba usted su conducta de entonces y de ahora? ¿aprueba su ausencia, su silencio, y hasta el misterio que le rodea? » repuso con voz firme. »¡Ya estoy tranquila! exclamé tendiéndolo la mano; como él, Teobaldo, seré digna de usted; como él, permaneceré fiel al deber, aunque sea un sacrificio superior a mis fuerzas. »En aquel momento se presentó el conde de Pópoli.

»Carlos estaba a mis pies, y cubría mis manos con sus besos... En mi turbación, en la enajenación de mis sentidos, percibí el ruido que hacía una puerta al abrirse. Un momento después, el conde de Pópoli estaba detrás de nosotros, nos miraba. Si hubiesen ustedes conocido lo violento de su carácter, comprenderían el furor que se apoderó de él.

A la mañana siguiente debía celebrarse mi matrimonio con el conde de Pópoli, y decidimos que aquella misma noche Carlos y yo iríamos a la capilla del castillo por caminos diferentes; que Teobaldo bendeciría nuestra unión, y una vez efectuado nuestro enlace, nos resignaríamos a sufrir la cólera del duque de Arcos, que podría sumirnos en una prisión, arrojarnos del castillo y desheredarnos, pero no romper nuestra unión!

»Señor dijo al conde de Pópoli, debo mi fortuna y mi posición al duque de Arcos y a su sobrina, y mi único deseo es poder recompensarles un día el bien que de ellos he recibido.

Sólo contenía estas palabras: «Vuestra Majestad me prometió ayer concederme todo lo que le pidiese; pido gracia para la condesa de Pópoli y su esposo. »Debajo, y escrito por la misma mano del Rey, se leía: «Concedido.