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Actualizado: 3 de junio de 2025
No pudo contestar; tal fué su emoción. Clementina estaba triste, inquieta. Pero no lo hallaba. Era forzoso resignarse a dejar transcurrir un rato. Los minutos le parecían siglos. Había charlado unos momentos con la marquesa de Alcudia, mas ésta la había dejado en cuanto entró el padre Ortega.
Sin embargo, aplicando el oído, se observaba pronto que los gestos de las niñas, aquel levantar de ojos, aquel agitar la cabeza, aquel mirar picaresco, aquel romper en sonoras carcajadas, no correspondían exactamente a las palabras que se pronunciaban. Decía un pollo verbigracia: Manolita; ayer la he visto a usted en San José confesando con el padre Ortega. La interesada reía con gozo extremado.
El puente que nos ocupa se empezó el año 1841, siendo Gobernador el desgraciado D. Joaquín Ortega, y se concluyó en 1850. El nombre de Fr. Antonio Mateus va íntimamente ligado con la historia de aquella construcción, en la que es sabido aportó dicho padre conocimientos, trabajo y dinero.
En el tiempo que aquí se detuvieron, el Superior de los nuestros P. Joseph Ortega, nuestro P. Antonio y P. Pedro Carena, asistieron á los enfermos del navío con increíble trabajo y no menor fruto y consuelo de los que morían en sus manos. Pero el haber librado todos bien se debió, como dije, á la mucha caridad de los religiosos y del mismo Padre guardián.
Se confesaron con dolor que si en el Paraíso celeste había tantos inteligentes como en el de la plaza de Isabel II, la pita que en aquel instante estaban dando a sus amiguitos debía de ser monumental. A seguida del canto vino la plática o conferencia del padre Ortega. Acomodóse el sabio escolapio en un rico sillón de ébano y marfil en el centro de la capilla.
En una mesa, cuyo mármol está ya azulenco, trazó sus estupendas, impresionantes y abrumadoras farsas novelescas aquel Ortega y Frías que ha sido el educador sentimental y el enloquecedor de las fantasías de tantas ingenuas y sensitivas muchachitas, y cuyos imprevistos episodios de maravilla han puesto en estas pobres vidas vulgares un poco de oro de leyenda.
Cuando fallecía alguna persona de estas familias, el padre Ortega se hacía poner en las papeletas de defunción como director espiritual, rogando que la encomendasen a Dios.
Le dieron la enhorabuena calurosamente por una oración que había pronunciado el día anterior en el oratorio del Caballero de Gracia. El se contentó con sonreír y murmurar dulcemente: Dénsela a ustedes, señoras, si han sacado algún fruto. El padre Ortega no era un clérigo vulgar, al menos en la opinión de la sociedad elegante de la corte, donde tenía mucho partido.
La enérgica voz del capitán Perdomo, volvióse á oir: Un pelotón por el flanco izquierdo dijo La vanguardia que avance rápida por el centro. Teniente Ortega, lleve el resto de la columna sobre aquella loma, y picando con sus espuelas los hijares de su brioso caballo, éste se puso en carrera veloz sobre el campo enemigo, seguido de un grupo de valerosos soldados.
Antes hubiera venido a saber de ti, si no me hubieran dicho que estaba el padre Ortega. ¿Cómo has pasado la noche? Bien ¿eh? Ya lo creo.... Tú no estás tan mala como te figuras. ¿A qué viene eso de rodearte de curas como si fueses a morirte? ¿Los curas no hacen falta más que cuando uno se muere?
Palabra del Dia
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