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Actualizado: 10 de julio de 2025
¡Aquí está el orador más notable del club democrático de Zaragoza! dijo en voz muy alta Javier, señalando á su amigo. ¡Sí, sí! dijeron todos los aragoneses que había en el recinto, reconociendo á su compatriota. Defiéndanos usted, defiéndanos. Todas las miradas se fijaron en Lázaro. ¡Cosa singular! En aquel momento una súbita transformación se verificó en el ánimo del joven.
Era que se oía en la calle fuerte ruido de voces, el cual creció formando gran algazara. Muchísimos se levantaron y salieron. El auditorio empezó á disminuir, y al fin disminuyó de tal modo, que el orador no tuvo más remedio que callarse. Estas querían satisfacer la curiosidad, y acompañadas del mismo Galiano, salieron también.
El comandante pide á Dios que mantenga la paz entre Alemania y Francia y espera que cada vez serán más amigos los dos pueblos. Otro orador se levantó en la misma mesa que ocupaba el marino. Era el más respetado de los pasajeros alemanes, un rico industrial de Düsseldorf que venía de visitar á sus corresponsales de América. Nunca lo designaban por su nombre.
De repente un aragonés se levantó en medio de la sala, y señalando al sitio donde se hallaba Lázaro con los demás llegados aquella noche, dijo: Presentes están algunos señores que han pertenecido á ese club. Todos miraron á aquel sitio. Bien dijo el orador. Si están ahí esos señores, que hablen, que nos digan lo que es ese club y qué ha hecho. Queremos oírles: que hablen.
He tenido en vista al elegirlos, el tomar el nombre del orador mas popular que ha tenido cada uno de los partidos en la arena parlamentaria y manifestar en este amalgama, que la herencia que nosotros hemos recojido es la de la patria y no la de los partidos. Hoy la ocupan estúpidos sectarios Donde leen un papel sin comentarios En defensa del crimen y maldad
Muy bien, Brull muy bien mugía el ministro, de bruces en su pupitre, oyendo con delicia sus propias ideas en la boca del joven. El orador descansó un instante, paseando su mirada por las tribunas, iluminadas ahora por las lámparas. La dama de la tribuna diplomática había cesado de abanicarse, mirándole fijamente.
Una parte de la asamblea aceptó la opinión de Gurdilo; pero esta vez el orador no consiguió apoderarse de la voluntad de todos los senadores, y varios amigos de los altos señores del Consejo se levantaron á contestarle.
El comandante, que estaba en el balcón junto al grande hombre, abrió los ojos con asombro y espanto, mientras le temblaban los bigotes, como si no pudiese contener una avalancha de frases de protesta. Pero el orador, uniendo la acción á la palabra, se había abrazado á él nerviosamente, desafiando con la mirada á un enemigo imaginario y dispuesto al fusilamiento. Además, era imposible hablar.
Y como es un soldado de valor indiscutible, podrá reconocer también sin rubor alguno que tal vez en aquella ocasión sintió cierto miedo, el primer miedo de toda su vida. El comandante no pudo protestar. Una aclamación ensordecedora había interrumpido la elocuencia del orador. Todos le tendían las manos, conmovidos por la sinceridad y la sencillez de sus palabras.
Pues amigo, una noche el ex-capellán del vapor-correo se lió la manta y le dio tal paliza a Rubín, que este hubo de salir con las manos en la cabeza. Había que ver a Pedernero transfigurado, hecho un orador ardiente y lleno de arrogante facundia. El auditorio se estrechaba, y de las mesas próximas y de los veladores del centro acudía gente, apelmazándose en torno a los bravos contrincantes.
Palabra del Dia
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