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Actualizado: 10 de julio de 2025
A propósito de la vida interior y del alma no comprendida, el orador encontró el medio de llegar a decir que ésta era con frecuencia la resultante de un estado no comprendido: el celibato. El sombrero de la abuela no se movió, pero, delante de mí, una porción de plumas, opinaron con una elocuente unanimidad en pro de tan deliciosa explicación.
Pero estas ilusiones de orador se desplomaban de pronto, y su amigo le sorprendió llorando más de una vez. ¡Un hijo único, y podía perderlo!... El mutismo de Chichí le inspiraba aún mayor conmiseración. No lloraba: su dolor era sin lágrimas, sin desmayos.
¡Cómo habían cambiado en veinte años las cosas en Buenos Aires! ¡El doctor Trevexo, el hombre de más talento de su tiempo, el orador, el diplomático, el abogado y el periodista más hábil de la República, había desaparecido de la escena pública, y sólo habían transcurrido veinte años! Los tenderos de aquella época habían muerto o habían cerrado sus tiendas; ya no gobernaban la opinión pública.
Será una debilidad, pero lo cierto es que los aplausos, no sólo cosquillean agradablemente el amor propio del orador, sino le dan ingenio, animación y elocuencia; son como un trampolín desde el que se lanza uno con un aumento de vigor. Esta mañana, al abrir un periódico de Francia, he leído la muerte casi repentina de Marignol. ¡Pobre hombre!
En esto pensaba a su modo la Regenta, y quería que aquella ola de piedad la arrastrase, quería ser molécula de aquella espuma, partícula de aquel polvo que una fuerza desconocida arrastraba por el desierto de la vida, camino de un ideal vagamente comprendido. Calló el P. Martínez y comenzó el órgano a decir de otro modo, y mucho mejor, lo mismo que había dicho el orador de lujo.
El autor dramático, y en esto se parece al orador, no puede, ni debe ser así. Es menester que su espíritu esté en intima y constante comunicación con el espíritu de un público numeroso: que él y dicho público se comprendan y se compenetren. Sólo de esta suerte puede haber autores dramáticos. Los que de otra suerte escriban, podrán ser todo lo que quieran menos tales autores.
Hace activa vida social: viste con elegancia; usa atavíos de colores discretos; conversa con soltura y cierta abundancia, que se le pegó, sin duda, del malogrado orador; y pasa, en fin, entre las niñas, por otra más experimentada, gozando entre las matronas de aquella tierna simpatía que merecen siempre los infortunios prematuros. Resumen de todo lo dicho: es muy simpática la viuda de Esquilón.
Su tío, al saber que el muchacho era exaltado y que la echaba de orador, se puso hecho un veneno, fué á la cárcel, le riñó de lo lindo, y ha roto con él, diciéndole que mientras tenga aquellas ideas no parezca por su casa. Ese hombre es lo más excéntrico ... Sí, señor.
Si tiene elocuencia es muy estimado, pero si le falta este talento, emplea por lo comun un orador que supla sus veces. En casos de importancia, especialmente de guerra, cita un consejo de los principales indios y hechiceros, con quienes consulta sobre lo conducente, ya para defenderse, ya para atacar á sus enemigos.
Entre esta turba de cuervos negros y pardos, no faltaba algún tribuno ultramontano, pedante atorado de suficiencia, orador sibilino y hueco, gran momia literaria, rellena de Blair y Hermosilla, specimen del gongorismo español, que, sentado en el carruaje de duelo, como si lo hubiesen clavado en una estaca, mantenía su gravedad solemne como para aparentar la profunda desolación que le causaba la muerte de aquella vieja cuyas virtudes corrían al fin parejas con la sinceridad de sus convicciones religiosas.
Palabra del Dia
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