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Actualizado: 10 de julio de 2025
De la misma cantera proceden el derrengado y malicioso Arcediano, a quien por mal nombre llaman Glocester, el Arcipreste don Cayetano Ripamilán, el beneficiado D. Custodio, y el propio Obispo de la diócesis, orador ardiente y asceta.
¿Dónde está el novio? preguntó después monseñor con su voz clara y pastosa de orador. Eso es, ¿dónde está el novio? preguntaron algunos dirigiendo miradas en torno. ¿Dónde está Gonzalo? ¿donde está Gonzalo? repitieron otros. Al fin se le halló en un gabinete solitario sentado, con la cabeza entre las manos.
Llegué ayer, mañana salgo para Lisboa. Una corta detención: hablar dos palabras con el empresario del Real; tal vez venga el próximo invierno a cantar La Walkyria. Pero hablemos de usted, ilustre orador... más bien dicho de ti, porque nosotros creo que aún somos amigos. Sí: amigos, Leonora... yo no he podido olvidarte.
Media hora llevaría en el uso de la palabra en medio del creciente entusiasmo del auditorio, cuando a uno de los próceres del escenario se le ocurrió que podía tener seca la boca y sería oportuno servirle un vaso de agua con azucarillo. Comunicada en voz baja la observación al presidente, éste interrumpió al orador, diciéndole: Si el señor Suárez está fatigado, puede descansar.
Su partido creía en él todavía: era siempre el gran orador, el gran diplomático, el gran periodista, el gran abogado, del más grande de los partidos argentinos. La muerte de mi tía Medea lo había consternado.
Digo, pues, que pueden trabajarse las oraciones con estudio, y á veces es necesario valerse del arte para hacerlas perfectas; porque el fin principal del Orador es persuadir, y para esto algunas veces es menester excitar los afectos, y animar las pasiones de los oyentes, lo qual con el arte se hace maravillosamente.
En fin, el señor L'Ambert, accediendo a los deseos de sus testigos, estaba dispuesto a declarar, en presencia de Ayvaz-Bey, que lamentaba muy de veras el haberle causado daño de una manera completamente involuntaria. Este razonamiento, tan justo de por sí, acrecentó la autoridad, por todos reconocida, del orador.
Las fracciones parlamentarias, perfectamente organizadas, tienen sus espadas como sus soldados en lugares adecuados, los unos más cerca, los otros más alejados del medio. El primero con quien tropezaba al entrar por la puerta de la derecha era... M. Paul de Cassagnac. El primero con quien se encontraba uno al entrar por la puerta de la izquierda era el gran orador M. Clemenceau.
La consideración de su impotencia casi le hizo llorar. Influenciado por su nueva amistad con Gurdilo, sólo veía en este personaje el remedio de sus preocupaciones. ¡Si ocupase el gobierno nuestro gran orador!... A continuación se mostraba pesimista. El gobierno actual es más fuerte que nunca. ¿Quién puede derribarlo? No será ciertamente Ra-Ra y los dementes que le siguen.
Mientras Navarro disertaba, salió una voz de la cazuela gritando: Que hable don Rosendo. Y aunque el público castigó con un enérgico chicheo esta grosera interrupción, era unánime la opinión de que Navarro como orador «no tenía condiciones».
Palabra del Dia
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