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Actualizado: 10 de noviembre de 2025


En los palcos inmediatos corría de boca en boca un nombre que llegó hasta el nuestro. El orador era D. Diego Muñoz Torrero.

Estaba tan satisfecho de haber hablado, que las lágrimas, la turbación, la emoción silenciosa y profunda de las dos mujeres, abrazadas y oprimidas una contra otra como queriendo formar una sola persona, me halagaban más que al orador elocuente los aplausos de la multitud y el delirio del triunfo. Las últimas palabras las solté como se echa fuera algo que nos ahoga.

El nombre del orador que iba a hablar sobre las obligaciones eclesiásticas, contuvo un poco aquella fuga; produjo el efecto de un gran recuerdo histórico lanzado en medio de una dispersión.

Señores, aquí tenéis á mi amigo, al grande orador del club de Zaragoza, mi amigo y compañero. Los demás jóvenes, tanto viajeros como visitadores, rodearon al aragonés. Expliquemos. Cuando Javier estuvo en Zaragoza, trabó amistad muy íntima con Lázaro.

Los que tal hacen no pertenecen á la raza de los humanos: no creo en ellos, y si los hay, que se digan sus nombres. Sepamos quiénes son; conozcámonos. ¡Que se digan los nombres! repitieron cien voces. Es preciso decía el primer orador purificar esta noble asamblea.

Otros le seguían por interés, muchos por miedo; don Cayetano, incapaz de temer a nadie, le servía y le amaba porque, según él, era el único hombre superior de la catedral. El Obispo era un bendito, Glocester un taimado con más malicia que talento; el Magistral un sabio, un literato, un orador, un hombre de gobierno, y lo que valía más que todo, en su concepto, un hombre de mundo.

Antes de que definiese Quintiliano al orador varón bueno, perito en decir, ya habían declarado los autores griegos que no era posible ser buen poeta sin ser varón bueno antes. El héroe y el santo tienen perpetua y constante voluntad de bien. El poeta sólo es menester que la tenga cuando escribe.

Pensó hablar á Gurdilo, si es que aún no había empezado su interpelación al gobierno. No se conocían, pero él desde unos días antes era un personaje célebre, del que se ocupaban mucho los periódicos, y bien podía permitirse la libertad de hacer una visita á un compañero suyo de gloria. Dentro del Senado, al preguntar por el famoso orador, se convenció de que había llegado tarde.

Aquí Desnoyers creyó que debía decir algo, para que el orador no adivinase sus verdaderas preocupaciones. Tal vez no hacen ustedes bastante. ¡Si ustedes devolviesen, ante todo, lo que le quitaron!... Se hizo un silencio de estupefacción, como si hubiese sonado en el buque la señal de alarma.

Del hombre estimado sólo por consecuente, iba a surgir el orador. Oyose en esto ruido de pasos, y se asomó Paz a la puerta del despacho, a tiempo que su padre repetía: Gracias, muchas gracias. No de qué se trata dijo ella entonces a Pepe; pero yo también se las doy a Vd.

Palabra del Dia

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