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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
Su antecesor rara vez subía al púlpito, y el verle a él en la cátedra del Espíritu Santo casi todos los días, despertó la curiosidad primero, después el interés y hasta el entusiasmo de los fieles. Su elocuencia era espontánea, ardiente; improvisaba; era un orador verdadero, valía más que en el papel, en el púlpito, en la ocasión.
Y a las risas del orador, uníanse las carcajadas de todos los socios. ¡Aplastado el socialismo! ¡Qué gracia y qué palique tenía aquel muchacho!...
Salgo a la calle un poco disgustado, como cualquier otro orador en el mismo caso, y sigo mi camino, no sin volver repetidas veces la cabeza hacia el balcón. A los treinta o cuarenta pasos observo que está la niña asomada, y me paro y la envío una sonrisa y un saludo ceremonioso. Esta vez contesta, aunque ligeramente, pero se apresura a retirarse. ¡Cuidado que era linda aquella niña!
Más de doscientos jóvenes exaltados, lleno el espíritu de pasión expansiva, le aplaudían con entusiasmo. El joven orador comunicaba su indiscreta fe á aquella masa de juventud inocente y soñadora, cuando cuatro infames, á dos pasos de allí, preparaban un sangriento desastre.
Pero siempre ha de llevar el Orador la mira de poner el fundamento de su oracion en las verdades ciertas, en las máxîmas sólidas, y en introducir en los oyentes el amor á lo bueno y á la virtud, y solo para hacer ver claramente estas cosas le será lícito usar de adornos; pero nunca será bien colocar todo el trabajo en hablar mucho, y decir nada.
D. Narciso se sintió herido en lo más vivo de su ser, porque efectivamente hacía todo lo posible por parecerse al magistral, notable orador sagrado. Quedó algunos instantes silencioso y se disponía a contestar, cuando vino a interrumpir el tiroteo la entrada de una nueva señorita llamada Cándida, alta, delgada, enjuta y apretada, de la familia de los bacalaos.
En condición semejante, aunque la voz del orador tronaba implacablemente, los oídos de Ester nada percibían. Durante la última parte del discurso la niña llenó el aire con sus gritos y sus quejidos; la madre trató de acallarla, mecánicamente, sin que le afectara, al parecer, el desasosiego de la criaturita.
Porque D.ª Serafina Barrado, aunque estaba inmóvil y atenta con los ojos puestos en el orador, ofrecía tal vaguedad en la mirada, que bien se echaba de ver que se hallaba muy lejos de lo que decía. Lo que esta señora escuchaba, con imperceptibles estremecimientos de dolor y rabia, era el rumor de la plática de su capellán con Marcelina.
Por último, al hablar de nuestro satélite la luna, hizo observar que el tiempo de su revolución alrededor de la tierra iba disminuyendo sensiblemente, lo cual indica que su órbita se va estrechando. Esto, en opinión del orador, daría por resultado más tarde o más temprano que la luna caería sobre la tierra, y ambas se harían pedazos.
A ver, que me lo digan; que me den una razón, media razón siquiera... Porque tú no me has de salir con argumentos tontos; tú no has de participar de esas preocupaciones por las cuales...». Al llegar aquí, el orador se embarulló algo, y no ciertamente por miedo a la dialéctica de su contrario.
Palabra del Dia
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