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Actualizado: 10 de noviembre de 2025
La imagen de los dos poetas cayendo envueltos por el salivazo del gigante provocó risas tan enormes, que el orador se vió obligado á una larga pausa. Fueron muchos los que empezaron á ver en aquel coloso, tenido por estúpido, una bestia chusca, graciosa por sus brusquedades y merecedora de cierta piedad.
Aun conservaban en sus guardas la caricatura del maestro, don Román López, el pomposísimo Cicerón, como le llamábamos porque nunca hablaba del orador de Túsculo sin aplicarle rimbombante epíteto, y legibles todavía, notas, significados de inusitadas voces, sólo usadas de tal o cual poeta; listas de condiscípulos condenados a ser detenidos dos o tres horas, por no haber acertado con no sé qué dificultades horacianas.
Y al poco rato lloraban las mujeres, rugían de entusiasmo los hombres que aún no habían ido al ejército, y hasta las banderas tricolores parecían aletear con más fuerza, como azotadas por el vendaval patriótico del lírico orador. Cruzaba los brazos lo mismo que Napoleón después de una victoria; otras veces manoteaba y rugía igual á Dantón al declarar la patria en peligro.
A su derecha tenía al presidente del Círculo y a su izquierda al orador de tenebrosa faz, el que, según Amparo, «echaba términos» difíciles de entender. Seguían los demás delegados por orden de respetabilidad, alternando con individuos de la Junta, de la Prensa, del partido.
¡Oh, qué bien! ¿Ha conocido usted muchos predicadores que se expresen con esa elegancia, esa soltura, esa majestad, ese elevado tono, el cual nos sorprende y embelesa de tal modo que no podemos apartar la atención del orador, encantándose igualmente con su presencia y voz, la vista y el oído?
La confusión entonces llegó á su término. El orador continuó su filípica; pero la continuó excitando al pueblo á que no cediera en su empeño de verificar la manifestación. Estaba lívido, anhelante, y cada palabra suya era como un latigazo que estimulaba á la muchedumbre á seguir adelante.
Tengo un vivo recuerdo de cuando aquel hombre y orador admirable entró en mi despacho y me pidió una retractación del aserto estampado.
¡Lobos decía el orador disfrazados de cordero, que vienen aquí fingiendo un amor á la libertad que no tienen! ¡Ofrecen oro á los oradores en pago de un discurso que exalte los ánimos de la multitud ignorante! Sí: esos infames decía otro orador son los que preparan las asonadas y los que apedrean las casas de los Ministros.
En realidad, su malicia llegaba tarde; la vanidad satisfecha se había adelantado al amor impaciente. El orador iba ya pensando en abordar otro asunto antes de la clausura de las Cortes.
Al lado de Montifiori contemplaban el baile dos caballeros más, el viejo Ministro de Estado doctor don Bonifacio de las Vueltas, político ducho, orador brillantísimo y eficaz, gran brujuleador de cámara y antecámara, fina inteligencia, blanca erudición, débil y bondadoso, embrollón como una modista de alto tono, pero de una intachable honradez privada.
Palabra del Dia
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