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«Después me atacó lo que yo llamo la Mesianitis... Era también una modificación cerebral de los celos. ¡El Mesías... tu hijo, el hijo de un padre que no era tu marido! Empezó por ocurrírseme que yo debía matarte a ti y a tu descendencia, y luego esta idea hervía y se descomponía como una sustancia puesta al fuego, y entre las espumas burbujeaba aquel absurdo del Mesías.

Dejé que mi tío confiara sus pensamientos a los muebles del salón, y corrí a la biblioteca en busca de lo que necesitaba para poner en práctica la idea que acababa de ocurrírseme. Y llevé a mi cuarto la filosofía de Malebranche y un estudio sobre la Tartaria. El Malebranche casi me dio un arrebato cerebral y lo dejé para arrojarme sobre la Tartaria, que me ofreció más recursos.

Y hasta me ocurría que si mis deseos se realizaban, si un día me era dado llevar a Linilla al pie de los altares, Gabriela y don Carlos apadrinarían nuestra boda. ¿Ser amado de Gabriela? No lo pensaba yo, y si alguna vez llegó a ocurrírseme tal idea, la aparté de mi mente como un pensamiento criminal.

"¿Cómo pudo ocurrírseme, pensó, que ella me tendrá en cuenta ahora, justamente ahora que todas sus preocupaciones van hacia Lagos? Se habrán citado, con seguridad, en alguna parte, en casa de las muchachas fantásticas, por ejemplo. Tal vez han pasado toda la tarde allí. Y he sido tan torpe para no adivinarlo.

»Me miró asombrado, y como si no comprendiese que semejante idea pudiese ocurrírseme; yo me apresuré a explicarle mis palabras. »Respecto a los niños, cuando los veía en alguna de las calles de árboles echaba por otra. Es cierto que los chicos eran inquietos como todos los de su edad, y Carlos buscaba en sus paseos la soledad y el retiro.

Al cabo de media hora de paseos, se me ocurrió una idea que, a no estar perturbado, debió ocurrírseme en cuanto leí la carta, a saber: que si bien en ésta se me trataba duramente y con cierto desprecio, el hecho positivo, tangible, era que la hermana me enviaba una carta y que para hacerlo necesitó exponerse mucho y buscar medios clandestinos.

En aquella idea vaciaba, como en un molde, todo lo bueno que ella podía pensar y sentir; en aquella idea estampaba con sencilla fórmula el perfil más hermoso y quizás menos humano de su carácter, para dejar tras una impresión clara y enérgica de él. «Si me descuido pensó con gran ansiedad , me cogerá la muerte, y no podré hacer esto... ¡qué gran idea!... Ocurrírseme tal cosa es señal de que voy a ir derecha al Cielo... Pronto, pronto, que la vida se me va...». Llamando a Encarnación, le dijo: «Chiquilla, vete corriendito al cuarto de abajo, y le dices a D. Plácido que le necesito... ¿entiendes?, que le necesito, que suba... Anda, no te detengas.

Estrakenz insistía en la necesidad de mi inmediato matrimonio, al cual me impulsaban también mis deseos, hasta el punto de hacerme vacilar en la senda del deber. No me creía capaz de faltar a éste, pero podía ocurrírseme huir, abandonar el país, lo cual hubiera significado la ruina de los Elsberg. Jamás había ocurrido caso semejante en la historia de ningún pueblo.

No dejó de ocurrírseme que, en lugar de esperar a los salteadores en el portalón de la casa, se les podía armar una emboscada en los peñascos inmediatos a ella, y fusilarlos a mansalva en cuanto se arrimaran a la puerta los tres.

Es que á nunca se me ha ocurrido ni podía ocurrírseme... de ningún modo... regalar cabellos míos, como no fuese á mi marido. Es que te casarás, y será tu marido el hombre á quien vas á regalar este rizo. Permítame vuestra majestad dijo con seriedad doña Clara ; vuestra majestad puede disponer de mi vida, de mi alma, pero no de mi honra; yo no haré eso.