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Actualizado: 23 de junio de 2025


Aquel infeliz no conocía categorías; juzgaba por el renombre, y considerándole un personaje poderoso, una autoridad, temblaba, ocultando su turbación con la sonrisa aduladora de las razas eternamente perseguidas. Don Fernando continuó el aperador. Usté que tiene amigos en el extranjero podía arreglarle el viaje a Alcaparrón. A ver si en aquellas tierras hacía tanta suerte como sus primas.

Conversaba con ella, en inefable dulce coloquio, como en otros dias; mirábala llorar de amor, y loco sus lágrimas bebia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Creia verla, entrándome en su alma, pura como mi amor, pura y bendita; creia que me amaba y que era buena... ¡Y era mentira! Triste, marchita y harapienta y sola, ocultando su faz con extraño rubor, casi á mi lado hoy la he visto pasar.

El conde, irritado, buscó al instante ocasión de acercarse a Fernanda y anudaron la plática de la noche anterior. Estuvieron locuaces, afectuosos. Fernanda contó con pormenores su vida de París. Luis se mostró singularmente expansivo, no ocultando la alegría de su corazón, hablando animadamente bajo la mirada iracunda de Amalia posada sobre él.

Mucho tiempo hacía que Anita no había tenido uno de aquellos impulsos cariñosos de que solía ser objeto don Víctor, pero aquel día, a la tarde, sobre todo al obscurecer, lloró ocultando el rostro, pensando en el esposo ausente. «¡Cuánto deseaba su presencia! sólo él podría acompañarla en la soledad de enfermo que empezaba aquel día». En vano la Marquesa, Paco, Visitación y Ripamilán acudieron presurosos al tener noticia del mal; a todos los recibió afablemente, sonrió a todos, pero contaba los minutos que faltaban para las diez de la noche. «¡Su Quintanar!

Demasiado siento lo que he hecho, dijo Roger sentándose junto á ella y ocultando el rostro entre las manos. ¡Dios me asista! En aquel momento perdí la serenidad, me olvidé de todo, y si tarda un momento más en soltaros... ¡Á mi único hermano, al hombre en cuya casa pensaba vivir y cuyo cariño ansiaba conquistarme! ¡Cuán débil he sido! ¿Débil? repuso ella.

Y tomando el canalón, que andaba por el suelo, y ocultando el sable debajo de los manteos, salió por la puerta. El barón cogió la boina, se puso un grueso montecristo de abrigo y le siguió. ¡Alto! exclamó antes de que hubiera dado cuatro pasos. ¿No te parece que echemos la espuela? Fray Diego dejó escapar un gruñido afirmativo.

Mi madre no ha hecho más que mostrarse agradecida á los favores que ese hombre nos hizo... Lo demás lo hizo Dios ó el diablo... El diablo seguramente, porque me han dicho que te hace muy desgraciada. ¡Falso! profirió la joven vivamente. Me hace la mujer más feliz de la tierra. Manolo cerró los ojos y ahogó un suspiro, ocultando un momento la cara entre las manos.

Un cochecillo desvencijado, tirado por dos flacos rocines del país, entró al mismo tiempo por el puente de Catalangua, atravesó velozmente el prado y vino a detenerse al pie de la escalinata. Apeóse otra señora, también enlutada, muy flaca, muy pequeñita, ocultando, como la otra, entre los negros crespones un rostro consumido y lleno de pecas y unos cabellos rojos mezclados de blanco.

Aléjate con todas las mentiras viejas de que te han atiborrado el cráneo... ¡ignorante! Su rabia le hizo caer en un sillón, volviendo la espalda al piloto, ocultando su cabeza entre las manos, para dar á entender con este silencio despectivo que todo había terminado.

Adriana, sin apartar su mirada del altar, por medio de la nave pasaba, y el fino perfil de la cara se iba ocultando, a los ojos de Muñoz, bajo el ala del sombrero de fieltro. Su silueta se anegaba en la ligera penumbra del templo; llegando cerca del coro se hincaba de rodillas, ponía los brazos juntos en el asiento delantero y abría el libro de oraciones.

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