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Me recibió risueña y cariñosa. ¿Ya te vas? , tía... quiero llegar temprano. Nunca la vi más pálida ni más débil; apenas oíamos lo que decía, la parálisis era casi completa. La pobre anciana tenía un brazo completamente inmóvil y los dedos contraídos. En las extremidades inferiores no había fuerza; los pies estaban hinchados.

La señorita se va y nos deja... Pues hati cuenta que pa nosotros cayó la noche encima y que no amanece más. ¿Verdad, amigos...? Vosotros bien sabéis que cuando allá por detrás de los chaparros y las matas sonaban los tiros que disparaba la señorita, cuando oíamos su voz llamando a los perros, al que más y al que menos de nosotros le bailaba el corazón dentro del pecho como si quisiera salir a su encuentro.

De pronto, el español don José se indignó con aquella inhumanidad, y dijo que Cristo nos mandaba cuidar de los enfermos y consolar a los tristes. Nosotros le oíamos burlonamente y le decíamos: Anda, vete . Don José, con gran sorpresa nuestra, se metió en la enfermería a cuidar a los enfermos.

Pero más que estas demostraciones sobre el terreno, les convenció la parrafada que les largué, casi un sermón entero, sobre lo que había sido, era y sería, mientras yo viviera, aquel noble solar para los tablanqueses; la importancia que daba y daría siempre a sus tertulias, y lo resuelto que estaba a que las cosas siguieran allí como en vida de mi tío... Convenciéronse al fin, pero no sin quedar yo convencido también de la razón con que decía, sin que se lo creyéramos los que le oíamos, cierto amigo mío, muy apasionado de la milicia, que debe ponerse mucho tiento en lo de reformar «instituciones» viejas, aunque sea con el fin de mejorarlas, porque, a veces, dos botones de más o de menos en el uniforme tradicional, pueden influir hasta en el desprestigio o en la indisciplina del regimiento que le usa.

En tanto que subíamos lentamente las interminables cuestas de este país, veíamos hormiguear sobre las calcinadas rocas legiones de pequeños lagartos con sus plateadas corazas, y oíamos el chirrido continuo de las aliagas que abrían al sol sus maduras frutas. En medio de una de estas laboriosas ascensiones una voz gritó repentinamente desde el borde del camino: ¡Deténganse si me hacen el favor!

No contenta con eso se puso a contar un sueño rarísimo, lleno de disparates tan atrevidos, que Zoraida y yo nos pusimos coloradas. ¡Y Julio, cómo se reía! "Al fin no dio ninguna explicación del por qué había faltado tantos días. Alguna aventura, con seguridad. "Zoraida lo ha invitado para mañana a comer". "15 de mayo. "Mientras oíamos la música de Zoraida, en el piano, Julio me ha mirado mucho.

¡Bueno... bueno! dijo con mucha dificultad, y con voz tan débil, que apenas la oíamos. ¡Quiera Dios que me encuentres viva! Estoy muy mala... pero... ni ésta ni Sarmiento quieren creerlo. ¡No tía! prorrumpí, riendo. Está usted nerviosa y por eso se siente usted tan débil.... Vaya... vaya, me dijo sonriendo dolorosamente dame un abrazo....

Burlados entonces los invasores, se retirarían, permitiendo al Duque disponer con toda calma del cuerpo del Rey. Sarto, Tarlein y yo en mi lecho oíamos con horror aquellos detalles de la maldad del Duque y de la audacia de su plan. Fuese yo al castillo ocultándome o en pleno día, solo o al frente de mis tropas, el Rey estaba condenado a morir antes de que yo pudiera acercármele.

Tan presto oíamos el silbido lúgubre del viento, el zumbido de los árboles azotados por la borrasca, el ruido del agua al caer sobre las hojas en tenue lluvia ó en violento aguacero, el estruendo del torrente y la cascada, como la voz del ave que canta, gime ó arrulla, el grito del águila sobre las altas rocas, los indefinibles rumores del bosque umbrío, la vibracion metálica del aire desgarrado por el rayo, los rugidos del huracan y el estallido del trueno retumbante.