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Otras veces, el viejo marino nos contaba una serie de crueldades horribles: piratas que mandaban cortar la lengua o las manos a los que caían en su poder; otros que echaban al agua a sus enemigos, metidos en una jaula y con los ojos vaciados. Nos hacía temblar, pero le oíamos.

Bien, joven, puesto que usted lo ha resuelto, separémonos; pero usted me hará justicia algún día... ¡Vea usted la situación a que me veo reducido! ¡Todo lo he perdido! Y mientras don Eleazar se lamentaba, todos lo oíamos en silencio, como consternados por la horrible desgracia de ese hombre providencial que engullía como un tiburón, en medio de la catástrofe de su fortuna.

La otra por la flojedad que hubo en enviar esquifes para embarcar la gente, ocupándolos en llevar mercadurías á las galeras, especialmente á las de D. Sancho de Leyva, porque esto yo lo . Tanto que los camellos que iban y venían á la marina llevándolos á embarcar, me acuerdo que nos desasosegaban vellos pasar por muy cerca del altar donde oíamos misa en el campo.

Y sin ponerse a temblar, ni preguntar más, metió el hacha en su gran saco de cuero, y bajó el monte, brincando y cantando. ¿Qué vio allá arriba el que todo lo quiere saber? preguntó Pablo, sacando el labio de abajo, y mirando a Meñique como una torre a un alfiler. Pues el hacha que oíamos le contestó Meñique.

B y su interesante familia nos fueron sumamente gratos, y aun nos sirvieron para obtener algunas nociones importantes. Con cuánta delicia oíamos al Sr. B , al recorrer el bosque vecino ó los jardines de la vasta habitacion, hablar entusiasmado de las bellezas del suelo colombiano y de la dulce índole de sus poblaciones.

Nuestra emoción era verdadera, profunda, unánime, y, por lo tanto, silenciosa..... Únicamente oíamos, ó creíamos oir, sobre nuestra cabeza, una gran voz, la voz de Fray Luis, que repetía con dulce y formidable acento, como al salir de la prisión: «Decíamos ayer.....» No intentaré en manera alguna contar la historia ni hacer la descripción de la Universidad salmantina.

Las hay en todos los templos, y con pitos, sonajas y música de cuerda... mas no para los colegiales sujetos a rigoroso reglamente, condenados a perenne clausura, como si fueran monjitas capuchinas. En el oratorio había misa, pero muy silenciosa y triste. La oíamos soñolientos y desesperados, tiritando de frío.

Todos los allí presentes oíamos y callábamos, y nos mirábamos unos a otros sin saber qué contestar. ¿Cómo decirle que el Cura no estaba en la casona ni en el pueblo?... Pero ¡qué ofuscación tan absurda la nuestra! ¿Qué inconveniente había en entretenerle las impaciencias, respondiendo que habían ido a avisarle y que estaba a punto de llegar?

Así hemos encontrado calderas para motores fijos, muebles pesados, etcétera. Nadie los toca, y no hay ejemplo que se haya perdido uno solo de esos depósitos entregados a la buena fe general. Muchas veces oíamos el grito gutural de un conductor de cerdos que empujaba su manada hacia adelante.

Gracias, Salomón, gracias dijo el señor Lammeter, cuando el violín se detuvo de nuevo ; tocáis en «las colinas, de lejos, muy lejos». Mi padre me decía siempre que oíamos esa música: «¡Ah, hijo mío, yo también vengo de allende las colinas, de lejos, muy lejosHay muchos aires que no tienen para pies ni cabeza; pero ése me habla como el silbido del mirlo.