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Y, por último, para que esta efigie fuera más singular, adornaban airosamente su labio superior unos vellos negros que habían sido agraciado bozo y eran ya un bigotillo barbiponiente, con el cual formaban simetría dos ó tres pelos arraigados bajo la barba, apéndices de una longitud y lozanía que envidiara cualquier moscovita.

Dios se lo perdone á quien fué causa de tan gran pérdida y destrozo y tan universal daño de la cristiandad, porque si al tiempo que la armada turquesca llegó estaban quedos y firmes así los de mar como los de tierra, no les podía faltar más seguro partido y mejor suerte, y no murieran tantos pobres hombres y desdichados heridos y dolientes, que era la mayor piedad y compasión del mundo vellos hacer pedazos sin poder tomar armas para defenderse, y con tanta crueldad ser muertos.

La otra por la flojedad que hubo en enviar esquifes para embarcar la gente, ocupándolos en llevar mercadurías á las galeras, especialmente á las de D. Sancho de Leyva, porque esto yo lo . Tanto que los camellos que iban y venían á la marina llevándolos á embarcar, me acuerdo que nos desasosegaban vellos pasar por muy cerca del altar donde oíamos misa en el campo.

Alargó y estiró sus miembros cascados y volvió a hundir en las almohadas su rostro gastado y amarillento, salpicado de ásperos vellos blancos, cual un viejo granito por el musgo de Islandia. Pero la costumbre, esa ama imperiosa que, durante tantos años, fuera indispensable o no, lo había sacado de su cama antes del amanecer, no le permitió descansar ni aun entonces.

Jueves á quinze, dia del Corpus, se hizo la procesion general del Santissimo Sacramento... Por la tarde se representaron los autos de los Carros á la puerta de Palacio, asistiendo sus Magestades y Altezas á vellos en una ventana baja, que está junto á la puerta principal: y el Príncipe de Gales, por gozar mejor de la vista de la Infanta, no estuvo en ventana, sino en un coche con el Duque de Boquingam y otros caballeros, cerradas algo las cortinas frontero del tablado y de la ventana de Sus Magestades, donde pudo gozarlo todo

Una barba rizada y desaliñada envolvía las mejillas bronceadas con sus vellos rudos y enredados, y adquiría en las extremidades de la boca un matiz más claro y caía sobre el pecho en dos puntas de un rubio apagado. Era Roberto Hellinger, el propietario de la granja de Gromowo, el prometido de Olga. De la felicidad que le había llegado la víspera, su frente no dejaba adivinar gran cosa.