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Actualizado: 2 de junio de 2025


Y si del Nilo fuera la estrañeza Tan grande como este, y se escríbiera, Al mundo admiracion mayor pusiera. En el nuestro se forman muy hermosas Islas, de á doce leguas y mayores: En sus tiempos muy frescas y frondosas, Pobladas de mil rosas y de flores: De caza y bastimentos abundosas; En ellas Guaranís son pobladores, Sin que alguna nacion otra se atreva En él poblar, en ella hacer prueba.

Hablaba de carrera y sin detenerse cual si le hubiesen dado cuerda. Cuando terminó el panegírico, volvió a poner los ojos en su sitio, y el rostro perdió repentinamente su expresión animada, como si el mecanismo interior se hubiese parado. Paisaje de las orillas del Nilo manifestó Romillo.

Así, por ejemplo, parece que atraía por medio de pinchos de metal los rayos y las centellas; que entendía la lengua de los pájaros; que conocía la fuerza oculta de la palabra humana y obraba por ella mil prodigios; que los genios le obedecían; y que era sabedor de todas las doctrinas mágicas de Enoch y de las que Abraham había aprendido en su patria, Ur de los caldeos, y de las que estudió Moises en los colegios sacerdotales de las orillas del Nilo.

Los ríos que se arrojaban en su seno para renovarlo eran pocos y de escaso caudal. El Ródano y el Nilo parecían tristes arroyos comparados con los cursos fluviales de otros continentes que desaguan en los océanos.

Al nuestro de la Plata revolviendo, Desde aquí él comienza á ser deshecho, Y en once brazas grandes se reparte, Tirando cada cual su larga parte. Del rio Nilo refieren escritores Lo mismo: pero es tanta la grandeza De aqueste y de sus brazos, que mayores Los juzgo, que no estiman la braveza Del Nilo en tanto grado los autores.

Será execrado el triunfo de la fuerza en nuestra actualidad de cautiverio, mientras la ley de la justicia ejerza en la conciencia universal su imperio. Mas no murió la causa independiente. Faltóla el brazo, pero tiene asilo en las almas, y flota en el presente como la cesta bíblica del Nilo.

Hay grupos y símbolos que parecen contar, en una lengua que no se puede leer con el alfabeto indio incompleto del obispo Landa, los secretos del pueblo que construyó el Circo, el Castillo, el Palacio de las Monjas, el Caracol, el pozo de los sacrificios, lleno en lo hondo de una como piedra blanca, que acaso es la ceniza endurecida de los cuerpos de las vírgenes hermosas, que morían en ofrenda a su dios, sonriendo y cantando, como morían por el dios hebreo en el circo de Roma las vírgenes cristianas, como moría por el dios egipcio, coronada de flores y seguida del pueblo, la virgen más bella, sacrificada al agua del río Nilo. ¿Quién trabajó como el encaje las estatuas de Chichén-Itzá? ¿Adónde ha ido, adónde, el pueblo fuerte y gracioso que ideó la casa redonda del Caracol; la casita tallada del Enano, la culebra grandiosa de la Casa de las Monjas en Uxmal? ¡Qué novela tan linda la historia de América!

¡Qué sencilla, pero qué hermosa!... La virgen de la Silla... La Venus del Nilo, como dice Trabuco. Esto lo dijo Joaquín Orgaz. El círculo de la nobleza se abrió para acoger en su seno a la Hija pródiga de la Sociedad, como acertó a decir el barón de la Barcaza, que in illo tempore había estado muy enamorado de Anita, a pesar de la señora baronesa e hijas.

El hombre de La Edad de Oro es así, lo mismo que los padres: un padrazo es el hombre de La Edad de Oro: como una estatua que hay del río Nilo, donde hace de río un viejo muy barbón, y encima de él saltan, y juegan, y dan vueltas de cabeza los muchachos traviesos, lo que no quiere decir, por supuesto, que el río Nilo sea un viejo de verdad, ni que sus cien hijos jugaran así encima de él, sino que el río Nilo es como un padre para toda aquella gente de las tierras de Egipto, porque les humedece los sembrados cada vez que baja de los montes con mucha agua, y así las siembras les dan mucho fruto: por eso quieren al río los egipcios como si fuera persona, y lo pintan tan viejo, porque desde hace miles de años ya hablaban del Nilo los libros de entonces, que estaban escritos en unas tiras largas que hacían de una yerba, y luego las enrollaban alrededor de una varilla, y las metían en su nicho, como los que tienen ahora los escritorios para guardar los papeles.

Las impresiones que aquel hogar lleno de movimiento producían sobre mi espíritu, eran múltiples y variadas. Mi tía Medea nunca dejaba de echarme en cara que al morir mis padres me había recogido por favor y como un acto mil veces más caritativo y recomendable que el de la hija de Faraón, salvando a Moisés de la corriente del Nilo.

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