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Actualizado: 25 de julio de 2025


Don Ramón bajó la cabeza sin contestar. Ambos quedaron silenciosos. Al cabo Clara, alzando la frente, dijo con resolución: Vamos allá. Voy a ponerme otra ropa y a prevenir a la niñera. Lo que pasaba por el corazón de la joven esposa en aquel momento no es fácil definir.

Si nuestra casa era visitada por alguna enfermedad, Angustias se hallaba siempre a la cabecera de la cama, y cuando se trataba de enjugar lágrimas, consecuencia de alguna travesura de chiquillos, su palabra cariñosa nos proporcionaba pronto consuelo. Pero la ciencia de la bondadosa niñera era más patente cuando estábamos contentos.

Había en esta sensación una mezcla religiosa de respeto y enternecimiento en que se confundían todos los recuerdos de la infancia impregnados de ese amor filial exclusivo, fervoroso y absorbente, que produce la cólera rabiosa de los niños cuando la niñera les arranca de los brazos paternos y el ansia de ir a ellos cuando vuelven a tenerlos cerca.

Nació gimiendo; entre gruñidos y pataleos recibió el agua del bautismo, y gruñendo volvió a casa y continuó, sin cesar, muchos días, comiéndose los puños apretados y perneando rabioso, como sapo clavado en estaca, mientras la pacífica y rozagante Verónica, olvidada de su familia en el último confín del hogar, no se moría de hambre porque la niñera cuidaba, de propio impulso, de esos y otros menesteres.

Manolo fue más listo, su caballo mejor y el cochero de don Juan se quedó rezagado en un cruce de calles, donde hubo confusión de carros y carruajes. A esta intentona siguieron varios días de buen tiempo en Madrid, y de mal humor en don Juan, porque ni la señora ni la niñera aparecieron por el Retiro ni el Prado.

Una mañana se hallaba Julita muy arrellanada en su cuna, contemplando fijamente el cielo raso. La niñera la había dejado sola por irse a retozar a la cocina. Su rostro ofrecía una gravedad desusada; los ojos inmóviles, estáticos; los labios plegados en señal de reflexión; las manos descansando tranquilamente sobre el vientre.

La tarde fría, las alamedas desiertas; llega don Juan, abarca con la vista aquella soledad y piensa: «¡Si viniese ahora mismoDespués anda un buen rato a paso largo para entrar en calor, hasta que aparece Cristeta seguida de la niñera, que trae al pequeñuelo en brazos.

No es posible negar, sin embargo, que Julita profesaba algunas ideas equivocadas acerca del régimen gramatical y del valor de las palabras. Por ejemplo, ¿qué razón podía tener para llamar a la carne chicha y a la niñera Tita, nombrándose Felisa? Comprendemos perfectamente que para pedir queso dijese quis quis: aquí, por lo menos, existe la raíz del verdadero vocablo.

Había entrado en la casa cuando María apenas contaba un año para servirla de niñera, y nunca más la dejó, siendo ejemplar notable de criada fiel y consecuente. ¿Desde cuándo está ya vestida mi palomita? Hace ya cerca de una hora, Genoveva. Creí escuchar las campanas y me engañé. Ahora suenan de veras. No perdamos tiempo; toma los paraguas y vámonos...

Yo les adoro; sueño con ellos, y me gustaría mucho ser su niñera. MARQU

Palabra del Dia

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