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Si yo me muero, yo no quiero ver a nadie llorar, sino que me toquen la música, porque me voy a ir a vivir en la estrella azul.» «¿Pero, sola, sola, sin tu pobre papá?» Y Nené le dijo a su papá: «¡Malo, que crees esoEsa noche no se quiso ir a dormir temprano, sino que se durmió en los brazos de su papá. ¡Los papás se quedan muy tristes, cuando se muere en la casa la madre!

La infeliz joven puso el nene a su lado, mostrando menos desconfianza; pero le rodeó con su brazo en ademán de protección. «¿Pero me le quitará?... Diga si me le quería quitar... Fuera bromas. Lo que usted me diga lo creeré». Muchas gracias, amiga mía... Me toma por ladrona de chiquillos. No sabía yo que soy bruja... No; es que... verá. Yo pensaba que me lo iban a quitar, por lo mala que he sido.

Toma y no llores... Yo he puesto ahí los labios; chupa, y cuidadito con volver al besuqueo... A ti habrá que tratarte como a un niño de teta. Zurra... zurra al nene, que es malo. Y con su mano fina y blanca, aquella mano de señorita, que era el asombro de las Carolinas, abofeteó cariñosamente la cara del joven. Al anochecer entraron en un merendero de la hondonada de Amaniel.

Sólo que las estrellas no son niñas, por supuesto, ni flores de luz, como parece de aquí abajo, sino grandes como este mundo: y dicen que en las estrellas hay árboles, y agua, y gente como acá: y su papá dice que en un libro hablan de que uno se va a vivir a una estrella cuando se muere. «Y dime, papá», le preguntó Nené: «¿por qué ponen las casas de los muertos tan tristes?

Sin embargo, convenía que no despertase la chiquilla, no fuese a alborotar la casa lloriqueando. Perucho la tomó como quien toma un muñeco de cristal, muy rompedizo y precioso: sus palmas llenas de callos y sus brazos hechos a disparar certeras pedradas y a descargar puñetazos en el testuz de los bueyes adquirieron de golpe delicadeza exquisita, y la nené, envuelta en el pañolón de calceta, no gruñó siguiera al trocar la cama por los brazos de su precoz raptor.

En ella formaron círculo, y el capitán, después de escupir contra la cara del más inmediato, echó mano á Cafetera y así le habló: Ya sabes, nene, dónde se compra cuanto se apanda. Mucho ojo y mucha vela. En un apuro, cuenta con nosotros. Raquear, á barredera, y mejor el cobre que el chicote. Si ves que andan las chapas, al vuelo ... y aprieta á correr.

¿Y te dijo algo, te dijo algo? preguntó Belén toda ojos, pálida como una muerta. Nada... pero lloraba mirándome... ¡Se le caían unos lagrimones...! No traía nene Dios; paicía que se lo habían quitado.

Nené traviesa. ¡Quién sabe si hay una niña que se parezca a Nené! Un viejito que sabe mucho dice que todas las niñas son como Nené. A Nené le gusta más jugar a «mamá», o «a tiendas», o «a hacer dulces» con sus muñecas, que dar la lección de «treses y de cuatros» con la maestra que le viene a enseñar. Porque Nené no tiene mamá: su mamá se ha muerto: y por eso tiene Nené maestra.

Y se conoce que Nené no les quiere dar trabajo a sus amigas; porque cuando juega a paseo, o a comprar, o a visitar, siempre llama a sus amiguitas; pero cuando va a hacer dulces, nunca.

En cuanto tuvo junto a a Bonis, le plantó un pie encima, un pie sin zapato, calzado con media de seda. ¡Nene dijo acercándole la cara al oído , apestas a colonia! Y le azotó un tobillo, por encima del pantalón, con el pie descalzo. Bonis se ruborizó no por lo del pie, sino por lo de la colonia; aquel olor era el rastro de su esclavitud doméstica.