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Actualizado: 27 de junio de 2025
Venció Narváez mi fortuna trágica Y dióme libertad como magnánimo; Que no hay en toda el Asia, Europa y Africa, Caballero de tanta virtud y ánimo: Y así, aunque herido, aquella dulce mágica Que adoro como al sol, mi pusilánimo Aliento, desmayado y melancólico, Ha vuelto un Hétor o Alejandro argólico.
Mal hice en presumir de un hombre noble Una bajeza igual; pero los celos No dan lugar a la razón, ni miran Si es justo o no lo que su rabia intenta. Bien puedo a la defensa prevenirme, Que dijera mejor para la muerte, Porque cualquiera dellos es un Héctor, Y el Alcaide famoso el mismo Aquiles. Todos bajen, las espadas desnudas, y NARVÁEZ deteniéndolos.
La fortuna de don Luis, con ser respetable, no era sino resto de lo mucho que gastó su padre en conspirar contra Sartorius y Narváez; pero lo que mejor heredó fue un grande amor al partido progresista, mucha antipatía a la demagogia, que se le antojaba cosa pagada con el oro de la reacción, y una repulsión invencible a moderados y carlistas.
Por una cédula fecha en 20 de Marzo de 1502 años se libró en el dicho Rodrigo de Narváez mayordomo del Artillería de sus Altezas dos ribadoquines é 24 quintales de pólvora que lo dé a Xºval Colón, Almirante para el viaje que ha de facer, lo cual se le libró por una cédula del thesorero A.º de Morales fecha en Sevilla a 8 de Marzo de 1502.» Copia del Sr. Aparici, 1847.
No lo quiera Dios, Arráez; Ya eres libre. ARR. ¡Oh gran Narváez! Hoy vive mi honor por ti. Dame esos pies. NARV. Vete luego. Páez. Sale PÁEZ, soldado. PÁEZ. Señor. NARV. Dale a este moro Su caballo y armas. ARR. Lloro. De alegría. PÁEZ. Ya lo entrego. ARR. Yo te enviaré mi rescate, A fe de hidalgo. NARV. Con celos No quieran, moro, los cielos Que yo en la prisión te mate.
Di. ¿Por dicha es nuestro alfaquí, Que compone los casados? El habla entre su canalla; Que aquí no sé si conmigo Osara el perro enemigo Cuerpo a cuerpo hacer batalla: Que no hay una hormiga en él, Ni en otros diez, para Arráez. NARV. Aquí tienes a Narváez, Moro villano y cruel. Desnuda presto la espada. ARR. ¡Ay de mí! Vendido soy. Señor, a tus pies estoy, Y te la rindo envainada.
Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liólas sobre Rocinante, al cual tomó de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminó hacia su pueblo, bien pensativo de oír los disparates que don Quijote decía; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podía tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponía en el cielo; de modo que de nuevo obligó a que el labrador le preguntase le dijese qué mal sentía; y no parece sino que el diablo le traía a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, en aquel punto, olvidándose de Valdovinos, se acordó del moro Abindarráez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narváez, le prendió y llevó cautivo a su alcaidía.
Pero ¿qué dirá Narváez? Que voy a lo que me llama, Sin duda, creerá de mí. NU
NARV. No tengo que decir más. ARR. Mucho debe a tu valor Esta a quien tienes amor. NARV. Bien la quiero. ARR. Tierno estás, Pues te confiesas vencido, Siendo Narváez, señor, El hombre más vencedor Que el mundo ha visto y tenido. Llama a su puerta. NU
Año cuarto, 1410, cap. II, cap. Es anacrónico presentar a Narváez como alcaide de Alora, según hace la novela, pues aquella villa no fué conquistada hasta la última guerra de Granada. Este detalle induce al señor Menéndez y Pelayo a creer que la historia primitiva del Abencerraje, si es del siglo XV, no será anterior a los Reyes Católicos, l. c., pág.
Palabra del Dia
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