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Actualizado: 27 de junio de 2025
No atañe al Almirante, sino á su sucesor en el gobierno de la isla Española la primera mención, hallada en la siguiente cédula, digna de notoriedad . «El Rey e la Reina. Rodrigo de Narváez, mayordomo de nuestra Artillería.
Fuentes, ya cesa el llanto; verdes árboles, Ya parto a ser esposo de Jarifa, Que ya no soy su hermano Abindarráez. Sale NARVÁEZ y NU
De suerte que, cuando el labrador le volvió a preguntar que cómo estaba y qué sentía, le respondió las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondía a Rodrigo de Narváez, del mesmo modo que él había leído la historia en La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechándose della tan a propósito, que el labrador se iba dando al diablo de oír tanta máquina de necedades; por donde conoció que su vecino estaba loco, y dábale priesa a llegar al pueblo, por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga.
La razón deste despecho No ha sido haberme olvidado, Sino sentirse obligado A la merced que te ha hecho; Porque es de tanto valor... ARR. No le alabes. ALARA. Bien le alabo; Que no quiere que a su esclavo Falte por su causa honor. ARR. ¿Qué te ha enviado? ALARA. El papel Que tú escribiste. ARR. Y ¿no más? Salen en hábito de moros NARVÁEZ y NU
CELIND. No estéis agora en razones; Entra a dormir, bencerraje. JARIFA. Mira si hay doncella o paje, Celindo, en esos balcones. CELIND. Todo está seguro. Ven, No os amanezca en hablar. ABIND. ¿Puedo entrar? JARIFA. Puedes entrar. ABIND. Voy, mi alma. JARIFA. Entra, mi bien. Echa, amigo, esa alcatifa. ABIND. ¡Cuánto te debo, Narváez! Por ti goza Abindarráez De su querida Jarifa.
CABR. ¡Vivan Fernando y Narváez! ALVAR. ¡Paga! CABR. ¡Paga! ORTU
Además, derrochados los ahorros reunidos desde tiempo de Narváez, ¿con qué tesoros pagaría los caprichos de su adorada? ¡Adiós, regalos agradecidos con caricias de pantera enamorada! ¡Adiós, huevos hilados y bistés con patatas, y cafés con tostada como no los soñó ningún sátrapa de Oriente!
A esto respondió el labrador: -Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el marqués de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana.
Seréis de mis heridas dulce píctima, Sólo en oyendo vuestra dulce plática; Seréis, señora, mi mujer legítima, Que así en la orilla fresca y aromática De aquella fuente fué nuestro propósito, Y amor de nuestras almas el depósito. Pena traigo, señora; mas repórtola Con ver que llego a puerto salutífero. Mi esperanza se alarga, pero acórtola Con la grandeza de Narváez belífero.
Pues, si estos actos atraían la atención ó interés de todas las clases, volvamos la vista hacia el Arenal: allí presenciaríamos entre otros animados y vistosos cuadros que tan frecuentemente se sucedían, los de las públicas lecciones de esgrima, que ante numeroso concurso de la soldadesca de mar y de tierra, de rufianes y bravos de profesión, de moriscos y de indios, mulatos y negros, daba algún maestro de los muchos que entonces bullían por la ciudad, demostrando las excelencias de la espada blanca ó de la prieta, así como la bondad de las escuelas, de los maestros Francisco Roman, Bernal de Heredia ó de los sucesores de éstos, los famosos Carranza ó Pacheco de Narváez.
Palabra del Dia
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