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Actualizado: 16 de julio de 2025


Estoy casado dijo él, y en el tono con que pronunció aquellas palabras, se mostraba el temor de que alguien le viese con ella. Don Jacinto, con todo, parecía más mundano y menos timorato que de soltero. Se diría, y ella lo sospechó de repente, que D. Jacinto casi había desechado su mogigatería, logrado ya el fin principal que le había movido a tenerla.

Porque si había dificultades considerándole demente, tratándole como sano las dificultades eran tales que rayaban en lo imposible. ¿Le hablaría del niño?... Jesús qué disparate. ¿Le diría que su mujer era una joya? ¡Qué barbaridad! ¿Acometería el estado real de las cosas? Ni pensarlo. ¿Lo tomaría por el lado religioso y de la resignación? Tampoco. ¿Por el lado mundano?

Ni una vez sola se le ocurrió encomendarse a ningún santo, ni ofreció nada a la Virgen ni a Jesús por si sanaba; la primera energía que tuvo al convalecer, la empleó en sonreír, con terrible sonrisa de resucitada, a un propósito firme y endiablado: su tremendo egoísmo de convaleciente, mundano, prosaico y rastrero, se agarró a la resolución inconmovible de vengarse de los miserables parientes que la iban a dejar morirse sola.

Sus manos finas, transparentes y monjiles, que parecían hechas para tejerse en los éxtasis y para filigranar ofrendas de vírgenes y capas pluviales; sus manos, finas y transparentes, eran doctas en los secretos del amor mundano. Cuando yo la conocí, tenía la desolada belleza de las ruinas.

Pero á bien que en eso de amor al prójimo estoy contigo, padre predicador; porque supongo que incluirás al bello sexo, que no tiene admirador más ferviente que yo. ¡Ah, les petites, como decíamos en Francia, han nacido para ser adoradas! Me alegro de ver que los frailes de Belmonte te han dado tan buenas lecciones, muchacho. No, no hablo del bello sexo ni de amor mundano.

Dios le llamó á su gracia cuando estaba convaleciente, y se olvidó de todo, á pesar de que era un caballero muy galán y mundano Porque nuestro santo padre San Ignacio era militar, ¿sabe usted?... militar. Y esta palabra tomaba en boca del lego un tono de admiración y respeto.

De todos los nombres que la señora Aubry había pronunciado al presentarlo, uno solo retenía su memoria: el de Huberto Martholl. A este joven que, la víspera, durante la comida, apenas había notado, porque le había parecido un mundano cualquiera, ¡con qué ojo investigador no lo observaba ahora!

El otro día, leyendo un librito de anécdotas de Chamfort, referentes casi todas a la vida de Versalles, en los días de mayor esplendor mundano, encontré esta frase: «El cambio de las modas es una contribución que la industria del pobre impone a la vanidad del rico». Despréndese de este concepto que las mutaciones calidoscópicas de la moda están movidas por el anhelo utilitario del pobre.

Volemos, nave querida, lejos del mundano lodo; la inmensidad nos convida, y siento que es dulce todo lo que aleja de la vida. Las aguas del mar envuelve en su seno y sube, sube, y otra vez se las devuelve cuando en lluvia se resuelve, limpias y dulces la nube. Y es que del mar la amargura al subir de si destierra, y el agua es tanto más pura cuanto mayor es la altura que la aparta de la tierra.

Además, su celibato no es más que una vida religiosa... Precisamente confirmó el cura. La historia nos enseña que si la Princesa Isabel ganó su causa, no perseveró en su deseo de celibato mundano. Rompiendo con aquella vida neutra que afligía al Papa, se hizo monja, y murió siéndolo.

Palabra del Dia

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