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Actualizado: 16 de octubre de 2025


Don Alonso amaba a Beatriz con amor ciego y tolerante de padre mundano. La educación que él la diera no había consistido sino en ceder a todos sus antojos, en seguir embobado todos los sesgos de su veleidoso espiritillo. Una caricia de aquella manita diablesca, un oportuno gimoteo, bastaban para que el ruego más descabellado le pareciese al hidalgo la más razonable exigencia.

Veía su empeño en encontrarse con ella siempre que podía, sin comprometerla, y estábale reconocida, tanto por sus demostraciones como por sus escrúpulos. Notaba que sus gustos habían cambiado y que se había hecho mundano para complacerla, más que todo, por su lenguaje y maneras reservadas para con ella.

A todo esto, pasaba el tiempo, Raúl se iba envejeciendo, los éxitos se hacían raros y no era ya el eterno galán joven que mandaba en jefe en el carnaval mundano. Ciertos síntomas insignificantes anunciábanle ya su próxima decadencia.

Todo esto lo sabía el Magistral perfectamente». Y en efecto, con tal calor y elocuencia exponía «las razones que, desde el punto de vista mundano, aconsejaban el derramamiento de sangre» que después, cuando recordaba que tenía que defender el partido contrario, el de caridad, perdón y amor al prójimo, olvido de los agravios y conformidad con la cruz; cansado ya por los esfuerzos anteriores era otro el Magistral, se volvía premioso, decía con frialdad vulgaridades de sermón de aldea.

En realidad, parecía que el único objetivo de la existencia de Huberto fuera concurrir todos los días a su club. Lamentó que bajo su aspecto mundano no tuviera una inteligencia más propensa para cosas más útiles a la vida.

Mientras el Arcipreste profanaba los cuatro lados de la cruz latina, que era sacristía, con el relato mundano de la vida y milagros de Obdulia Fandiño, Glocester, sonriendo, pensaba en los motivos que podía tener el Magistral para oír a don Cayetano, en vez de correr al confesonario al pie del cual le esperaba la más codiciada penitente de Vetusta la noble.

17 Y si no oyere a ellos, dilo a la Iglesia; y si no oyere a la Iglesia, tenle por un mundano y un publicano. 18 De cierto os digo que todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo; y todo lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo.

Se le hacía imposible evocar la imagen de una vida tranquila, íntima, serena, en la calma del hogar, en compañía de aquel mundano tan imperiosamente absorbido por la vida exterior. No; no se veía con él, al lado del fuego, trabajando a la luz de la lámpara, con niños jugando a su alrededor.

Hasta imaginó que, si por temor a su padre no llegaba a recibirle en su casa, le buscaría en el sagrado tribunal de la penitencia, lo cual facilitaría que las Hijas de la Salve vieran cumplidos sus deseos, al par que él, prodigando consuelos a la víctima del amor mundano, quizá la indujese a desear la verdadera perfección cristiana, trocando los peligros de la pasión y las impurezas del matrimonio por el himeneo místico con el Unico que jamás engaña.

No exclamó la abuela, no hubiera creído jamás que un apóstol, que un santo, aconsejase el celibato mundano... Y en esto tiene usted razón respondió el cura. Tan lejos ha estado San Pablo de hacer la solterona, que no se encuentran muchas en los primeros siglos del cristianismo, ni en la Edad Media ni, siquiera, en los tiempos modernos.

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