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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Jamás se vestían de hábitos; pero conservaban la cara afeitada, como para estar disponibles en el caso de que los admitiesen otra vez en el oficio. No sé cómo se llamaba el viejo catarroso, porque todos allí le nombraban Pater; hasta el mozo que le servía, dábale este apodo.
Irguiose entonces el valiente mozo, y le respondió, oprimiéndole una mano con las dos suyas: ¡Ay, señor don Claudio! si después de salvarse Nieves me hubiera quedado yo en el fondo, de la mar, ¡qué fortuna para ellos y para mí!
La tercera noche, como si la suerte hubiera querido hacerme pagar sus favores desperdiciados, perdí todo lo que tenía, más cincuenta mil francos que el mozo de la sala de juego me prestó bajo mi firma. Aquel día llegué á casa de Lea aniquilado, embrutecido, y mi querida vió fácilmente que me ocurría alguna desgracia que yo juzgaba irreparable.
A ver si puedo yo ir ayudándote un poquito interrumpió Bermúdez con un gesto, como si mascara ceniza . Tú eres una jovenzuela sin experiencia y sin malicias; y él un mozo que, aunque no largo de genio, al fin ha rodado por las universidades; se ha visto agasajado en Peleches y muy estimado por ti, que no eres costal de trigo; y ¡qué canástoles! hoy una palabrita y seis mañana, habrá ido insinuándose y atreviéndose poco a poco, hasta despertar en ti...
Sí, ya sabe... el que servía el vino francés a la mula. ¡Ah! Sí... sí... ya recuerdo... ¡Guapo mozo, ese Tistet Védène!... Y ahora, ¿qué pretendes? ¡Oh!
Al ver reclamado su auxilio por la desesperación maternal, creyó don Marcelo que debía intervenir, y habló al comandante. Conocía mucho á este mozo no recordaba haberlo visto nunca y le creía menor de veinte años. Y aunque los tuviera añadió , ¿es eso un delito para fusilar á un hombre? Blumhardt no contestaba.
Ya sabe usted que el pobrecito carece de sal en la cabeza. Sí, hijita; no tiene más que agua de lino y cosmético, con cuyos elementos se plancha el pelo. Por dentro y por fuera, todo es plancha. Sigue... Las insinuaciones fueron muy directas, por dos razones. La primera, porque sus recursos de palabra son muy pobres. El mozo «tilinguea» en cuanto abre la boca.
El profundo respeto con que le saludó hizo que la reconociese: la hija del jardinero. Pero al mismo tiempo le miraba hipócritamente, con una curiosidad mal disimulada, como si sus pupilas estableciesen una separación entre el amo venerado por sus padres y el buen mozo al que adoraban las mujeres y del que había oído contar tantas cosas.
El señor tornaba a sus antiguas costumbres de mozo alegre; convertía en una casa de vergüenzas aquel cortijo, con el que soñaba ella como un nido de amores legítimos. Quita allá, sinvergüenzón. Por aquí no güervas: te conozco...
El la puso con sólo un simple... ¡y ése fuí yo! Un faldellín he de hacerme de bayeta de temblor, con un letrero que diga: ¡misericordia, Señor! Como esto no pudo pintarse a humo de pajas, sino para conmemorar algún suceso, dime a averiguarlo, y he aquí la tradición que sobre el particular me ha referido un religioso. Don Juan de Andueza era todo lo que hay que ser de tarambana y mozo tigre.
Palabra del Dia
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