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Actualizado: 4 de mayo de 2025


El cual, algo alterado, pensando que fuese otra cosa, me dijo: "¿Qué es eso, mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?" "¡Oh señor, dije yo, acuda aquí, que nos traen acá un muerto!" "¿Cómo así?", respondió él.

El mozo de aquella sala, que estaba afinando una guitarra, dejó el instrumento, limpió la mesa de Reyes y le preguntó si quería el Jerez y los bizcochos. ¡Qué bizcochos!, no, amigo mío. Botillería, eso tomaría yo de buena gana. Tengo el gaznate hecho brasas.... El mozo sonrió compadeciendo la ignorancia del señorito. ¡Botillería a aquellas horas! Ya ve usted... botillería a estas horas....

Con esto se despidieron los dos mozos de mulas, cuya plática y conversación dejó mudos a los dos amigos que escuchado la habían, especialmente a Avendaño, en quien la simple relación que el mozo de mulas había hecho de la hermosura de la fregona despertó en él un intenso deseo de verla.

Era mediano en todo lo aparente: en belleza, en elegancia, en estatura; mediano era también en ingenio; sólo en lealtad y en nobleza era grande aquel mozo. Tendría acaso veinticinco años, y encontramos muy natural que el caballero de Luzmela le dijese: ¡Hola, médico!

Diciendo esto, puse mi caballo a galope, y un minuto después llegamos adonde nos aguardaban el eclesiástico y su mozo. Adelantóse el primero con exquisita finura, y quitándose su sombrero de paja me saludó cortésmente.

-Y la señora, ¿quién es? -preguntó el cura. -Tampoco sabré decir eso -respondió el mozo-, porque en todo el camino no la he visto el rostro; suspirar la he oído muchas veces, y dar unos gemidos que parece que con cada uno dellos quiere dar el alma.

Pero, a cabo de dos días que caminábamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de aquí, le vi a la puerta del mesón, puesto en hábito de mozo de mulas, tan al natural que si yo no le trujera tan retratado en mi alma fuera imposible conocelle.

El mozo echó sus cuentas: yo le convenía con mis tres mil y pico de duros de renta; los perdí... pues ¡abur, amor mío! Hágase usted cargo de mi situación. Yo estaba acostumbrada a vivir bien, sin pensar en mañana, y de pronto... nada, lo que se llama nada. Empeñando y malvendiendo cuanto había en casa, ayudadas solamente por la viudedad de mi tía, pasamos algunos meses.

-Pues, ¿por qué no te haré yo dormir en la cárcel? -respondió Sancho-. ¿No tengo yo poder para prenderte y soltarte cada y cuando que quisiere? -Por más poder que vuestra merced tenga -dijo el mozo-, no será bastante para hacerme dormir en la cárcel.

Ella misma le había dado la llave de la caja, diciéndole muy acaramelada y blandamente: No quiero hacerte de menos, hijo; eres aquí el amo; para eso eres el mayor, un hombre de carrera, tan cabal y buen mozo....

Palabra del Dia

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