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Actualizado: 29 de junio de 2025
Clara iba a salir de la glorieta con el corazón mortalmente herido, pues en las muchas reyertas que habían tenido nunca habían llegado a palabras tan agrias, cuando entraba Elena en su busca. Al verla de aquella forma, descompuesta y pálida y observar la actitud airada de Tristán, hizo alto sorprendida. ¿Qué es eso, habéis reñido...? ¡Qué feo, qué feo en vísperas de boda!
Mientras que los criados acudían al oír aquel grito siniestro, la señora de Latour-Mesnil, desatinada, se arrojaba sobre su hija, y al mismo tiempo que le prodigaba sus cuidados, levantaba febrilmente el telegrama. Esto fue, lo que leyó: «Soignies, tres y media. »El señor Jacobo, herido mortalmente, acaba de sucumbir. Luis.»
¡Cuánto le agradezco que haya venido, barón! me dijo. Me aburría mortalmente. ¿Vamos al jardín?... ¿quiere? Hay allí un cenador muy fresco, en el que podremos conversar tranquilamente. Pasa entonces su brazo por debajo del mío, y yo siento un estremecimiento. Les aseguro, señores, que en aquellos momentos me habría sido más fácil asaltar una fortaleza que bajar del terrado.
Por último, un día comprendiste que él también te amaba, y para resistir esta última prueba, para permanecer fiel hasta el fin a tus grandes quimeras de abnegación y de respeto a los muertos, pierdes tu vida, la das al primero que llega, buscas a Felipe para huir de Amaury; y sin hacer feliz al uno hieres mortalmente el corazón del otro, sin hablar de tu propio corazón, que también sacrificas y ofreces en holocausto.
Nelson, herido mortalmente en mitad del combate, según después supe, por una bala de fusil que le atravesó el pecho y se fijó en la espina dorsal, dijo al capitán Hardy: «Se acabó; al fin lo han conseguido». Su agonía se prolongó hasta el caer de la tarde; no perdió ninguno de los pormenores del combate, ni se extinguió su genio de militar y de marino sino cuando la última fugitiva palpitación de la vida se disipó en su cuerpo herido.
Lleva una coraza de papel de plata y agita una bandera del tamaño de un abanico hasta el momento en que se presenta en escena un heraldo y dice al rey: Rotto e'l nemico, e Giovanna e stinta. »Llega la heroína sobre almohadones; una banda manchada de rojo indica que está mortalmente herida.
»Por consiguiente, ya lo sabéis... No se puede trabajar los días festivos sin causa; que lo oigan bien esos que están a la puerta... ¡sin causa legítima!... Los que trabajen pecan mortalmente y están condenados, si no se limpian en el sagrado tribunal de la Penitencia, a las penas eternas del infierno.
El temblor nervioso que al principio le sacudía iba calmándose; la convulsa, violenta, pavorosa expresión de su rostro lívido y de sus ojos enrojecidos se iba transformando: pálido, agotado, sin fuerzas, parecía él también próximo a caer. ¿Estaba sola cuando se mató? Sola. ¿Habló usted con ella esta mañana? Sí; habló con ella. ¿Estaba triste? Mortalmente. Podríamos ver si ha dejado algo escrito.
Estoy por salir a buscarle yo misma, como loca. Sólo me detiene el temor de que sean mayores el escándalo y la vergüenza. Hermano mío, por piedad, corre; busca a Braulio. Temo, tiemblo por su vida. ¡Qué horror! El no me ha dado muerte: él me ha besado, creyéndose mortalmente ofendido. Y, en pago de tanto amor, yo le mato.
Ya puedo morir tranquilo, porque Amparo no necesita ya de nadie, de nadie más que de Dios. ¡Me pregunta usted qué pienso de Amparo! contesté: con usted puedo ser franco: pienso lo que piensa un hombre de una mujer que realiza todos sus sueños, todos sus deseos, todas sus aspiraciones: de la mujer a quien ama. ¡Ama usted a Amparo! exclamó el padre Ambrosio poniéndose mortalmente pálido.
Palabra del Dia
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