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Actualizado: 29 de junio de 2025
Mi alma burguesa estaría más conforme con una dicha más tranquila y menos ilusoria... Un marido que me hiciera feliz es todo lo que yo pediría. Y bien, el señor Baurepois... Temo que me aburriría mortalmente. Trate usted de gustar a una muchacha... murmuró la abuela con una desesperación que hubiera sido cómica a no ser tan sincera.
Porque hoy hace un mes dijo, no ocultándome que se fijaba en las fechas, que nos separamos una noche diciendo usted hasta mañana al despedirse. Y no he vuelto, es verdad; pero no es de eso de lo que me acuso con pena, no, de lo que me acuso mortalmente... ¡De nada! interrumpió ella imperiosamente. Y desde entonces continuó en seguida, ¿qué ha sido de usted? ¿Qué ha hecho?
La victoria se decide en favor de Irlanda; el ejército de Clarinda se disuelve, y ella cae en manos de Roberto; Don Juan yace herido mortalmente en el campo de batalla entre innumerables víctimas; oye entonces de nuevo el coro celestial que lo consoló antes en la cárcel, y se siente con nuevo vigor y nueva vida; Lidoro se presenta de nuevo armado de todas piezas, con una bandera en la mano, al frente de un ejército, con el cual derrota por completo al triunfante vencedor.
Rodrigo Arias, herido mortalmente con el golpe, que ha roto su yelmo, cae moribundo en los brazos de su padre, y en sus últimos momentos sólo se acuerda de preguntar quién es el vencedor. Don Diego de Lara quiere recomenzar la lid, para lograr un triunfo completo; pero se declara que ha sido vencido, puesto que ha traspasado las barreras.
Sintiéndose el Padre mortalmente herido, pidió al neófito que lo dejase allí; y clavando luego en tierra una cruz, que llevaba en las manos, se puso de rodillas delante de ella ofreciendo la sangre que derramaba por sus mismos matadores, é invocando los dulcísimos nombres de Jesús y de María, quebrada y deshecha la cabeza á grandes golpes de macana, entregó su espíritu en manos de su Criador el día 18 de Septiembre del año 1711.
Al llegar aquí, el golpe de un peso que cayó, chocando con mi rodilla, me hizo levantar la vista de la carta. El soldado que formaba junto a mí, herido mortalmente por una bala perdida, había rodado al suelo. En aquel intervalo vi hacia el frente, envueltas en espeso humo, las columnas francesas que venían a atacar el centro. Pero mi ánimo no estaba para fijar la atención en aquello.
¡Ea! ya está sentado el sabio; ya sopla el polvo de la mesa y coloca el sombrero sobre ella; ya se saca a medias una bota que le oprime mortalmente los sabañones; ya tose y se arranca la flema de la garganta; ya trae el libro hacia sí, ya mira con curiosidad el sello de la Academia estampado en la primera página; ya empieza a leer.
Se encontraron en el puerto, mortalmente amenazado por las barras de movible arena; se vieron en los jardines cercanos al mar, junto al monumento de Pisicane, el romántico duque de San Juan, un precursor de Garibaldi, muerto en plena juventud por la libertad de Italia. La joven sonreía al encontrarle. Su compañera pasaba adelante, con la mirada vaga, queriendo ignorar su presencia.
Tú has llorado. No, Máximo, no tengo nada. ¿Qué es lo que hay? Veamos... Bajando la voz, me dijo: ¡oh, soy muy desgraciada, mi querido Máximo! ¿Es verdad? Vaya, cuéntame eso, comiendo tu pan. ¡Oh! soy demasiado desgraciada para comer mi pan. Como tú sabes perfectamente, Lucía Campbell es mi mejor amiga, pues bien; hemos reñido mortalmente.
Los que están sentados al fuego son Alfuras o Arfakis montañeses del interior. En cuanto al prisionero, me parece un papú de la costa, en traje de guerra. ¿Irán a comérselo? Quizás, porque los arfakis son antropófagos y odian mortalmente a los papúes de la costa. ¿Y vamos a dejar que se coman a ese desgraciado?
Palabra del Dia
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