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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Más que su retrato, ella, ella misma.... Emma abría la boca sin comprender; Marta, adivinando, ya sentía envidia; ello iba a ser que Emma se parecía a alguna mujer ilustre.... Pero la Gorgheggi no acababa de explicarse... y añadió: ¡Ah! ¡Mochi y Minghetti!... Venid... venid.... A ver, decidme a quién se parece esta señora... ¿Quién es... quién es... precisamente lo mismo que ella?...
Nepomuceno, interesado en favor de los alemanes, animaba a Emma a gastar en la empresa de la ópera, porque Marta y su padre se lo pedían; la Gorgheggi y Mochi trabajaban en el espíritu de Bonis para que este no quitase a su mujer de la cabeza las fantásticas lontananzas de opulencia, debidas a la química industrial, que iban metiéndole en el cerebro el alemán y el tío.
Los de allá, como llamaban a Mochi y a la Gorgheggi, todos los de la alegre compañía, escribieron preguntando con gran interés por la salud de Emma. Minghetti era el encargado de aquella correspondencia por parte de los de acá. A La Coruña iban pocas cartas; pero de La Coruña venían con abundancia. Los ausentes sentían nostalgia de la vita bona que habían dejado.
La Gorgheggi era un ruiseñor; y además, ¡qué guapa, qué amable, qué atenta con el público, qué agradecida a los aplausos!». Sí que era guapa; era una inglesa traducida por su amigo Mochi al italiano, dulce y de movimientos suaves, de ojos claros y serenos, blanca y fuerte; tenía una frente de puras líneas, que lucía modestamente, con un peinado original, en que el cabello, de castaño claro y en ondas, servía de marco sencillo a aquella blancura pálida, en que, hasta de día, como pensaba Bonifacio, parecía haber reflejos de la luna.
Cuando Minghetti se declaró también torpe de memoria, Serafina dijo: ¡Oh, qué hombres estos! No recordáis... ¡Ma... la Parini... la Parini!... ¡Oh, sí! ¡La trágica, la gran trágica de Firenze! ¡Exacto, exacto; un espejo! Así exclamó Mochi, que se guardó de decir que no encontraba la semejanza. Minghetti, que jamás había visto a la Parini, gritó: ¡Oh, sí, en efecto!
Por un momento se olvidó de su sacerdocio y se vio en el terreno atravesando al huésped de la Oliva de una estocada, y arrojándole a los pies un bolsillo de malla, como los que usaba Mochi en las óperas.... Pero la letra contrahecha de la otra carta le llamó la atención: rompió el sobre y leyó de un golpe, ¡y qué golpe!, el contenido del anónimo, pues lo era.
Cuando, al separarse, ella recomponía su tocado, con ademán tranquilo, familiar, echaba a la cabeza, en posturas de estatua, sus brazos de Juno, sonreía con reposada placidez, dejando los rizos de la sonrisa rodar en su boca y sus mejillas, como la onda amplia de curva suave y graciosa del mar que se encalma; pensaba, mirando el rostro pálido del aturdido amante, más muerto que vivo a fuerza de emociones, pensaba en Mochi y se decía: ¡Si le dijeran a ese miserable lo dichoso que acaba de ser este pobre diablo! Todo, todo por venganza. ¡
Esta convicción que adquirió antes Mochi, llegó al cabo a la conciencia de Serafina; mas fue el secreto mutuo, si vale decirlo así, de que jamás se hablaba. Fue la tristeza común quien los unió más que su trato amoroso y sus intereses; pero fue también el origen y causa permanente de ocultos rencores, de humillaciones viles.
La verdad era que la simpatía, y a los pocos días la más cordial amistad, habían llegado a tal punto entre Mochi y Bonifacio, que el tenor, después de tomar juntos café una tarde, no había vacilado en pedir al suo nuovo magi
De las sonrisas y los saludos poco se tardó en pasar a las buenas palabras: Bonifacio y otros señores de su palco reían discretamente los chistes con que Mochi se burlaba con disimulo de la orquesta, que era indígena y desafinaba como ella sola; un lechuguino, que tenía fama de hacer grandes y muy valiosas conquistas entre bastidores, se atrevió a servir de intérprete, a su modo, entre el tenor y un trompa a quien el artista dirigió una cortés reprimenda en italiano.
Palabra del Dia
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