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Actualizado: 20 de mayo de 2025
La empresa había perdido bastante, y sobre la empresa, es decir, sobre el caudal mermadísimo del abogado Valcárcel, continuaban cargando, más o menos directamente, las principales partes, a saber: Mochi, Serafina y Minghetti. Se presentó la ocasión de ganar la vida con el trabajo, y hubo que aprovecharla, por más que doliera a unos y a otros la despedida. Quien no transigió fue Emma.
A Serafina le había sabido a gloria la vida de señora de pueblo que había hecho junto a Reyes; de una señora con unas relaciones prohibidas, eso sí, pero sólo aquellas. «El maestro, seguía diciendo la carta, ha prometido volver a buscarme en cuanto haya una contrata aceptable; pero el tiempo vuela, yo me desespero. Mochi no viene, y estoy delicada, nerviosa, muy triste... y muy pobre.
Y él, Mochi, sonreía con la tranquilidad comunicativa con que sonríe el titiritero sano y forzudo que hace trabajar en lo alto de una percha a un pobre niño dislocado, que en el programa se llama su hijo. «Esa sonrisa pensaba Reyes , equivale a una hipoteca... pero no es confianza lo que me falta a mí, sino dinero».
Mochi, por amor propio, por vanidad de hombre de negocios, no quiso dar su brazo a torcer, confesarse que se había equivocado uniéndose a Serafina para explotarla. ¿No era una gran artista? Pues era mediana, y era además una mujer muy hermosa, y, más que hermosa, seductora.
Mochi se inclinó también, y Minghetti, después de una gran reverencia, se sentó al piano para acompañar el dúo de tenor y tiple con que empezaba la segunda parte. Nepomuceno se sentó junto a Marta, y Bonis muy cerca de su mujer, que respiraba con fuerza, absorbiendo dicha por boca y narices.
Mochi le aguardaba con aquellos ojos punzantes, risueños y maliciosos: sin el dinero no se podía volver: detrás de Mochi estaba la Gorgheggi, su discípula, su pupila.
Pensó lo siguiente: «En todo soy desgraciado, hasta la Providencia es injusta conmigo; me castiga cuando no lo merezco: cien veces habré olido a polvos de arroz, y nada... y hoy... hoy que no hay de qué... hoy que no lo he...». De repente, se acordó de Mochi, de su abrazo y de que, en efecto, las lágrimas de borracho con que le había mojado, le olían a polvos de arroz. «¡Malditísimo marica! pensó ; fue él, el sobón del tenor Mochi.... y ahora, ¡qué conflicto!, ¡qué tormenta!
No tengo verdadera religión..., pero por lo pronto... los amantes me dan asco... no quiero amantes...; esperaré a ver si vuelve la voz..., o si vuelves tú. Mochi es un mal hombre, un traidor, un miserable...; ya lo sabía, siempre lo supe. Pero tú..., no creí que lo fueras también. Bonis, no me abandones.... Yo... te quiero todavía..., más que antes, mucho más de veras.
Si no fuera porque no había tales contratas, porque el mundo del arte le había olvidado, acaso hubiera preferido dejar aquella vida regalada, sus emolumentos de director de la Academia de Bellas Artes, los gastos de secretaría, como le decía Mochi, antes de marchar... todo.
Serafina, inglesa, hablaba italiano en los momentos solemnes, cuando quería dar expresión de seriedad a sus palabras; ordinariamente chapurraba español con disparates deliciosos. En inglés no hablaba más que con Mochi. Señorita... eso... no vale nada.... Entre amigos.... Ha estado usted sublime... como siempre.... Es usted un ángel, Serafina.
Palabra del Dia
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