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Actualizado: 27 de junio de 2025
Pero no pasó de aquí, pues doña Lupe tuvo que ocuparse de cosas más graves que averiguar si su sobrino podía o no podía. Papitos fue quien le salvó aquel día, atrayendo a sí toda la atención del ama de la casa. Porque la mona aquella tenía días. Algunos lo hacía todo tan bien y con tanta diligencia y aseo, que doña Lupe decía que era una perla. Pero otros no se la podía aguantar.
Lo que me pareció fácil, resulta no ya difícil, sino imposible... Para más contrariedad, delante de esa bendita y maldita mujer, me convierto en el más insípido de los colegiales. ¿Por qué es esto? Y dime otra cosa, idiota, ¿qué tiene esa mona para que de este modo te hayas embrutecido por ella?
La verdadera ley es la de la sangre, o como dice Juan Pablo, la Naturaleza, y yo por la Naturaleza le he quitado a la mona del Cielo el puesto que ella me había quitado a mí... Ahora la quisiera yo ver delante para decirle cuatro cosas y enseñarle este hijo... ¡Ah!, ¡qué envidia me va a tener cuando lo sepa!... ¡Qué rabiosilla se va a poner!... Que se me venga ahora con leyes, y verá lo que le contesto... Pero no, no le guardo rencor; ahora que he ganado el pleito y está ella debajo, la perdono; yo soy así».
Si es usted un amigo tan paternal, principie por no hacerme cumplimientos ni adularme. ¡Los piropos son un veneno para las niñas frívolas y coquetas como yo! Y miró a Vázquez con la más tierna de sus miradas y le sonrió con la más mona de sus sonrisas, como diciéndole: «Pero no importa que las lisonjas sean un veneno.
En segundo lugar, la duda, como si dijera: ¿será posible? En tercer lugar, la certeza, concretada en estas frases: ¡ciertos son los toros! Ramón es un atrevido. Después de pensarlo, continuó señá Rosa: Usted podría resfriarse, pasando del calor de su cama al aire. Más vale que se quede usted quieto, y sea yo la que diga al tal chicharra, que si se quiere divertir, que compre una mona.
Pues hijo, de algún lado hay que sacarlo; ni un cuarto se malgasta... ¿Qué haríamos? Ahora, acostarnos; cada cual a su cama. Dejadme a mí: creo que don Luis nos ha de sacar de apuros. Al menos yo he de hacerle un favor que... en fin, ¿quién sabe? Adiós mamá; y tú, fea, cara de mona, hasta mañana. Y dando un beso a cada una, las echó suavemente del comedor.
Y entró... ¡si te digo que lo he visto! ¡Ave María Purísima! decía yo; ¡una Vargas en casa de Esteven! y misia Casilda, nada menos, ella, que truena contra los Esteven, exceptuando tan sólo, ¡Dios se lo pague! a un servidor. ¿No te habrás equivocado, Agapo? mira que cuando estás borracho, y ahora tienes una mona medianita, ves las cosas al revés, y todo lo cambias, las caras, los nombres, hasta las palabras, porque, con la memoria, se te pone torpe la lengua.
El muchacho, que había sufrido con harta impaciencia que le asease la doncella, permitió ahora muy complaciente que su hermana le desasease, y acercando a ella los labios, le preguntó bajito: Di, ¿me quieres, mona? La niña volvió a tirarle de los pelos y a sobarle la cara en fe de eterno cariño. ¿A quién quieres más, a mí o a Tita?
Cuando Maximiliano entró a almorzar, ya estaba Juan Pablo sentado a la mesa, y a poco llegó doña Lupe con una bandeja de huevos fritos y lonjas de jamón. Gozosa estaba aquel día la señora, porque Papitos se portaba bien, como siempre que había aumento de trabajo. «Es tan novelera esta mona decía , que cuando tenemos mucho que hacer parece que se multiplica.
Subí por una cuerda y llegué al cadáver. Al estar junto a él me estremecí; una cosa saltó sobre mis hombros. Era la mona Mari-Zancos, acurrucada en los hombros del ahorcado.
Palabra del Dia
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