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Actualizado: 22 de mayo de 2025


En el tono de la voz del joven, o tal vez en el contacto del miserable que luchaba entre sus poderosos brazos, había un no qué indefinible y extraño. Sea como fuere, un terror confuso e indefinible se apoderó del corazón del anciano, que murmuró con voz salvaje: ¿Quién es este sujeto? Carlos no contestó.

Pon, ¡oh miserable y endurecido animal!, pon, digo, esos tus ojos de machuelo espantadizo en las niñas destos míos, comparados a rutilantes estrellas, y veráslos llorar hilo a hilo y madeja a madeja, haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas.

Pero erraron esta vez, como otras muchas veces, sus tiros los demonios porque en lugar de salir con sus intentos, perdieron la presa; llenóse el miserable todo de pavor, y miedo, porque el corazón le decía que esta era cosa del infierno, y no sabía cómo echarlos de ; había oído decir que los dulcísimos nombres de Jesús y de María tenían poder contra esta canalla, pero no se ofrecían á la memoria, hasta que después de mucho trabajo se le ofrecieron y los pronunció: entonces los demonios, como si se viniese abajo toda la casa, huyeron con gran furia, y él, curado en el alma de sus liviandades, entró por el camino de la salvación, con más firmes propósitos y más seso que antes; y con tal mudanza y arrepentimiento de sus yerros, que estando aún con la fiebre se levantó de la cama y fué corriendo á echarse á los piés del P. Caballero, y con más lágrimas que palabras le pidió el santo bautismo.

El pecador, el flaco de voluntad, el miserable, el sandio y el ridículo soy yo que no . Los ángeles y los demonios deben reírse igualmente de y no tomarme por lo serio.

Una mujer del pueblo, de aquellos alrededores, llamada Fiamma, fue cierto día a verme y a darme las gracias de no qué favor que le había yo hecho, y me contó que algunos años antes, pobre y miserable, se encontraba rezando en el camino, frente a una Virgen, pidiendo pan para ella y su familia, cuando, de pronto, pesada bolsa cayó a sus pies; levantó los ojos y vio a un joven caballero; era Carlos que le decía: »¿No eres Fiamma, jardinera en otro tiempo en el castillo del duque de Arcos?

La boca de la Nela, estéticamente hablando, era desabrida, fea; pero quizás podía merecer elogios, aplicándole el verso de Polo de Medina: «es tan linda su boca que no pide». En efecto; ni hablando, ni mirando, ni sonriendo revelaba aquella miserable el hábito degradante de la mendicidad callejera.

Y yo respondo: prestando a réditos del ocho por ciento al mes, y más los años de hambre, y metiendo miedo a todo el mundo para que le paguen bien y no le nieguen una miserable deuda de un duro... Y usted dirá: ¿de dónde saca ese Primitivo o ese ladrón el dinero para prestar?

Y esta misma certidumbre de lo imposible de su amor, de tal manera sublimaba el alma y el cuerpo de doña Guiomar para Cervantes, que le parecía que si Dios para consolarle hiciera bajar un ángel del cielo, no había de parecerle tan hermoso en cuerpo y en alma como doña Guiomar; que hermosa era de cuerpo y de alma Margarita, ¿cómo dudarlo? pero con ser ya suya, y sin el encanto de lo imposible, puesta como un impedimento entre Cervantes y doña Guiomar, hacíase para Cervantes enojosa y casi aborrecible, y aborrecía la hora en que con aquel miserable entierro se encontró, y aun con más ahínco maldecía la compasión que a irse tras el entierro moviole, llevándole a punto en que conoció a Margarita.

El médico del pueblo, único que se burlaba de brujas, bebedizos y de la credulidad de la gente, hablaba de separarles como único remedio. Pero los dos siguieron unidos; él cada vez más decaído y miserable; ella engordando, rozagante y soberbia, insultando a la murmuración con sus aires de soberana.

El espíritu era digna joya de tal estuche: quebradizo, avinagrado y herrumbroso. Daba compasión contemplar aquel ser que parecía un castigo providencial de ciertas injusticias y flaquezas de sus padres. Más que un niño enfermizo, era un enano decrépito. Por razón de su miserable naturaleza, nada se le había enseñado; así es que, contando ya más de quince años, no sabía deletrear.

Palabra del Dia

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