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Actualizado: 28 de junio de 2025
Somos marineros, y por eso miramos los peligros que apareja la travesía. Al mar, cuanto más se le conoce más se le teme. No le temen los que no le conocen. Yo le conozco y no le temo. No le teme, porque usted no teme ninguna cosa, si no es a Dios. ¿Cuántos marineros sois? Cinco y el rapaz, que no merece ser contado.
Y de nuevo en marcha, perdiéndose en el primer recodo del río, haciéndome oír, como una carcajada su antipático silbido. Nos miramos a las caras: nunca he visto la desesperación más profundamente marcada en rostros humanos... ¿A qué insistir en la agonía de aquellos días como no he pasado, como no volveré a pasar jamás semejantes en la vida?
Miramos en ello, y uno de los que conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban, o lo que hacían; pero, así como llegó, alzaron la caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse el cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. Fue otro de mis compañeros, y sucedióle lo mesmo que al primero.
Todos los Christianos, y todo hombre que hace uso de la razon conoce la eternidad, y sabe que no somos criados para este mundo, sino para el Cielo; no obstante estamos tan atados con aquel, que muy pocas veces pensamos en este, y es porque el mundo le tenemos presente, y obra continuamente sobre nuestros sentidos, y la eternidad la miramos de lejos; ó, lo que es lo mismo, conocemos este mundo por los sentidos, y al Cielo con la razon.
Por la noche, Valentina se acercó a mi lado en el jardín, juntos miramos al cielo; veía su cara risueña y espiritual, sonriendo, llena de luz, de vida y de sentimiento; oí en el piano las notas graves de Beethoven, me despedí de ella... La volví a ver otro día por la última vez... no pude, no supe decirle que la quería... Mi sueño se fue complicando poco a poco... apareció primero entre sus imágenes, la figura escuálida de un clérigo, después mi tío... a su lado, una mujer joven le estrechaba la mano... ¡esa mujer era Valentina!... Sentí una terrible opresión en el pecho; quise correr para separarlos, no pude: tenía ligados los pies; quise gritar para que me oyesen, tampoco pude, la emoción cerraba mis labios.
Inmensas gracias, Dios Señor, os damos, Pues todo á nuestra causa lo criastes; Y á nosotros que mal os lo pagamos, Para vuestro servicio nos formastes. Cuanto sois, mi Señor, si bien miramos Las cosas que en el mundo vos plantastes, Nos da bien á entender, y la grandeza De vuestro gran saber y la riqueza.
Repentinamente sentí una como ráfaga de melancolía y dirigí la mirada hacia el retrato. Me estremecí al verlo, y noté que mi amigo sufrió idéntica impresión. Nos miramos ambos, y él, poniéndose de pie, dijo en voz muy baja: ¡Está llorando! Yo asentí con la cabeza, y mi compañero con paso quedo, salió de la estancia y cerró la puerta tras sí, cuidadosamente.
Viene de muy lejos Ahora se denuncian por la opinión pública deficiencias higiénicas incomparablemente menos peligrosas que antes, pero que no las miramos de una manera relativa sino absoluta.
Antes de partir para aquella segunda etapa de nuestro viaje, miramos por el ventanón el hermoso panorama de la Plaza de Oriente y la parte de Madrid que desde allí se descubre, con más de cincuenta cúpulas, espadañas y campanarios.
Las olas saltaban sobre las peñas con tal fuerza que, al caer la espuma en copos blancos como nieve líquida, nos calaba la ropa. A medida que avanzábamos en el canal, el mar iba quedando más tranquilo; el agua verdosa, casi inmóvil, se cubría de meandros de plata. Cuando nos vimos en seguridad nos miramos satisfechos.
Palabra del Dia
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