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Pero en cuanto me faltes al respeto... Y harás bien asintió mamá. ¡Yo no quiero que me toque! repetí enfurruñado y rojo. ¡El no es papá! Pero a falta de tu pobre padre, es tu tío. ¡En fin, déjenme tranquila! concluyó apartándonos. Solos en el patio, María y yo nos miramos con altivo fuego en los ojos. ¡Nadie me va a pegar a ! asenté. ¡No... ni a tampoco! apoyó ella, por la cuenta que le iba.

Como bárbaros que miramos sólo las ventajas del tráfico, admiramos el río caudaloso en proporción al número de sacos ó toneladas que transportan durante el año, y apenas si nos ocupamos de los ríos secundarios que lo forman y de las fuentes que los alimentan.

Cuando me encontré con Allen sobre cubierta, los dos vestidos de pontoneros, nos miramos atentamente y nos dimos la mano. Juramos no separarnos jamás. Allí tenía uno que vivir diez años. ¡Una vida!

Calló Isidro unos instantes, como si reflexionase, y luego añadió: Pero todo es igualmente relativo si miramos hacia abajo.

Las chicas nerviosas prestaban sin querer inquieto oído a la voz de los marineros en proa. Una señora recién casada se atrevió: ¿No serán águilas?... El capitán se sonrió bondadosamente: ¿Qué, señora? ¿Aguilas que se lleven a la tripulación? Todos se rieron y la joven hizo lo mismo, un poco avergonzada. Felizmente un pasajero sabía algo de eso. Lo miramos curiosamente.

Para merecer este nombre, es menester que la proposicion sea tan patente al espíritu, como lo son al ojo los objetos que miramos presentes, á la debida distancia, y en medio del dia. En no dejando al entendimiento enteramente convencido desde que se le ofrece, y una vez comprendido el significado de los términos con que se le enuncia, no debe ser admitido en esta clase.

Inclinándonos sobre la corriente, donde la sombra de los árboles se retuerce en espirales y se desdobla en delicadas curvas, miramos al fondo con sus piedras que parecen estremecerse, su arena que bulle, y sus hierbas ondulantes.

Esa es la Casa de las Muertes..... respondió una huevera que pasaba por allí á la sazón. No llamen ustedes, que ahí no vivo nunca nadie. ¿Y por qué? Porque ahí hubo siete muertes..... replicó la mujer con acento lúgubre. Nosotros nos miramos muy regocijados, y proseguimos el interrogatorio..... Pero la huevera no sabía más.

Nos miramos el médico y yo, y le preguntó éste: ¿Por qué lo dice usted? Porque me encuentro peor que el día en que más malo me he visto. Aprensiones de usted, dije yo, por decir algo que le animase. Eso ha de verse pronto respondió el enfermo.

Si las censuro es por creer que el autor vale, aunque anda harto extraviado. Su extravío proviene de la ya mencionada enfermedad epidémica, nacida del menosprecio con que miramos a nuestra nación o a nuestra raza, y que se nota, por fortuna, más que en España, entre los escritores hispanoamericanos.