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Actualizado: 28 de junio de 2025
La señora doña Asuncioncita... ¡Pobre niña de mi alma!... Está en la escalera... No quiere subir... ¡parece medio muerta la pobrecita!... Reinó sepulcral silencio, y miramos todos a la puerta del fondo por donde apareció doña María. Con decoroso silencio, que no con lágrimas, mostraba esta señora su honda pena.
Suárez y yo nos miramos un instante a los ojos sin disimular el odio. Yo fui quien rompió el silencio, diciendo: Ante todo, hablaremos bajito para que no se enteren esos señores... Quiero decirle a usted que, después de lo que ha pasado esta noche, usted comprenderá que necesito matarle.
A veces la precipitacion del juicio es muy peligrosa, porque ocasiona errores enormes. Oimos una palabrita á un hombre que miramos con odio, y luego la interpretamos y echamos en mala parte, y el otro tal vez la ha dicho con sana intencion.
La prosperidad creciente y asombrosa de nuestras colonias de Asia y América, para cuya defensa tenemos constantemente en ellas mas de treinta buques de guerra, hace necesaria la grande proteccion con que hoy miramos á la armada.
Estado social peligroso, formas funestas a los pueblos nuevos que han menester savia joven e ideales nuevos. Y no es alarmismo de pesimista el nuestro: miramos los fenómenos sociales objetivamente, poniendo sordina a la pasión y al entusiasmo.
Dado que sea realmente... Aquí fue interrumpido por un grito extraño de «¡Magdalena! ¡Oh, Magdalena, Magdalena!» y por todo el coro de Magdalenas en un tono semejante al que ya conocemos. Todos nos miramos por un momento, con alguna alarma. Yo en particular, abandoné rápidamente mi posición, pues la voz parecía provenir directamente de mi espalda.
Como nosotros, encontrarán la pared fría y la tierra húmeda; harán fuego, mirarán como ahora miramos y dirán como decimos: «¿Quién habrá sufrido antes que nosotros aquí? ¿Por qué habrán padecido? ¿Estarían acaso perseguidos, expulsados, como nosotros, y vinieron a ocultarse en este miserable agujero?» Entonces pensarán en los tiempos pasados... y nadie podrá contestarles.
Madama Fonteral cogió la escalera, balbuceando palabras que no comprendimos, y mi Ana y yo nos dirigimos una ojeada, como si nos quisiéramos decir: ¡qué excelente mujer! Desde este dia, miramos á Madama Fonteral con un verdadero y entrañable cariño. Tal vez esa pobre lechera es la persona á quien más queremos en Paris.
Desmaroy sostiene sus ideas y yo las mías, nos miramos otra vez, no como amigos sino como luchadores. Leo en sus ojos: Esta muchacha es demasiado absoluta... Qué cabeza... Yo la meteré en cintura... Una mujer está hecha para obedecer. Bajo los ojos y mis párpados ocultan una respuesta acerba e irritada... No, no me meterá usted en cintura, porque jamás seré su mujer...
Garmendia mandó un recado a Zapiain, el relojero, pidiéndole un taladrador de metales, y cuando volvió el mancebo de la botica con él, nos pusimos los dos a horadar la caja por uno de los lados. La caja era fuerte y nos costó mucho tiempo el conseguir hacer un agujero. Hecho éste, metimos una aguja y miramos a ver si salía algo del orificio. Al poco tiempo salió un polvo negro.
Palabra del Dia
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