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Actualizado: 18 de octubre de 2025


Eran tales mis pensamientos, que buscaba en mi imaginación algo nuevo que la pudiese engañar y engañarme a mismo sobre lo que yo experimentaba. Sentía a la vez el deseo y el temor de que ella lo adivinase. ¡Me sentía tan dichoso de estar a su lado y tan impaciente por quedarme solo para pensar en todo lo que le hubiera dicho! Después de un minuto de silencio, renové mi pregunta con más aplomo.

Esta se ruborizó de golpe por la idea sola de aproximarse a la marquesa. ¡Qué minuto de asombro y congoja dulce! Después el marqués viudo habló algo de los graves sucesos políticos del día; pero a Isidora le importaba poco que se llevara el diablo a todos los políticos y no se enteró de nada. Cuando se quedó sola, ¡qué cosas pensó y dijo!

Pero, enfermo o no, la verdad es que no llegó a visitarle médico, don Bernardino no quiso recibir a nadie y así se dió la consigna terminante: era una casa aquella en que a cada minuto estaba alguno colgado de la campanilla, y los visitantes no faltaron en estos dos días, pero nadie logró ver al conspicuo personaje de la situación.

Por fin, la Sánchez puso en su mano los billetes... ¡Oh!, ¡qué descanso sintió en su alma la desdichada señora!... Por si a la diablesa se le ocurría quitárselos, decidió marcharse sin tardanza. «¿Qué, se va usted?». Es muy tarde. No puedo perder ni un minuto. Ya sabes que te lo agradezco mucho. ¡Ah!... ¿Quieres que hagamos un recibito?

Bajo la influencia de aquel minuto grande y puro de su vida, repuso Fernando: No; no soy bueno...; seré, si quieres, «menos malo»...; pero, aunque no soy capaz de nada sublime, tampoco de nada infame.

Le examinaban como si entre el último encuentro y el minuto actual hubiese ocurrido un gran cataclismo transformador de todas las leyes de la existencia, como si fuese el único y milagroso superviviente de una humanidad totalmente desaparecida. Todas acababan por hacer las mismas preguntas: ¿No va usted á la guerra?... ¿Cómo es que no lleva uniforme?

Infeliz de la que, fiada en un engañoso recado, se aparta de su taller un minuto; a la vuelta le falta su silla, y vaya usted a encontrarla en aquel vasto océano de sillas y de mujeres que gritan a coro: «Atrás te queda.

Diciendo esto, puse mi caballo a galope, y un minuto después llegamos adonde nos aguardaban el eclesiástico y su mozo. Adelantóse el primero con exquisita finura, y quitándose su sombrero de paja me saludó cortésmente.

Estaba tan amenazador, que Bobart, espantado, permaneció en su butaca sin hacer un movimiento, sin pronunciar una palabra. Le doy á usted un minuto para decidirse á responder. Dentro de un minuto le haré á usted responsable de la emboscada que aquí se ha ejecutado. ¡La emboscada! exclamó Bobart, fuera de por el terror. ¿Quién la ha preparado? ¡Ah! ¿Usted sabe, pues, lo que ha sucedido?

Enojáos cuanto queráis conmigo, señor; pero no oiga vuecencia á Pelegrín Santos, pobre hidalgo que os debe cuanto es, sino á la voz severa de la verdad; sucédame cuanto quiera, aunque vuecencia irritado conmigo me haga pagar cara mi lealtad, no puedo callar por más tiempo. Porque se hace necesario prevenir el mal, necesario de todo punto; no se puede perder un minuto. Sigue, sigue, Pelegrín.

Palabra del Dia

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