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Actualizado: 25 de junio de 2025


Olvidábase de todo, de su familia, de su porvenir, de la pobre Micaela, que iba a sus espaldas rumiando altramuces, y su atención reconcentrábase en los ojos negros, que a cada momento reproducían un rincón del paisaje; en la blanca y sana dentadura, tan hermosa, tan brillante, que al reír parecía iluminar la morena cara de la joven. Y sin embargo, su conversación no podía ser más vulgar.

Mientras los novios, sentados en los pendientes ribazos, con los cañares a la espalda, hablaban del porvenir, acariciándose castamente, y en pleno idilio daban fin al puñado de altramuces, Micaela permanecía inmóvil, con la mirada mate fija en el sol, que, como una bola candente, resbalaba por la inmensa seda del cielo sin quemarla, y al acercarse en su descenso majestuoso al límite del horizonte, se sumergía en un lago de sangre.

Amalia la recibió cordialmente, pero mostrando cierta sorpresa e inquietud que Micaela no observó. Entraron en materia enseguida. La cuestión de trapos embargó por completo sus espíritus. Amalia llevó a su amiguita hacia el balcón. Pero no habían hablado muchas palabras, cuando ésta creyó percibir un débil gemido en la misma estancia.

Aunque era partidario de las audacias financieras, siempre que pensaba en la posibilidad de poner en práctica sus entusiasmos surgían en él la prudencia y la desconfianza, los escrúpulos de la rutina comercial, como una herencia de raza. Por esto sintió cierta inquietud al oír a Micaela que deseaba dedicar sus ahorros a un negocio tan afortunado.

La más joven contemplaba fijamente, con estupor doloroso, la alborotada barba del cadáver. No, no te acerques, niña dijo bondadosamente don Juan . Sería una impresión demasiado fuerte.... lo que deseas. Tendrás su cabello; ya arreglaré yo eso en el cementerio. Y don Juan, empujando dulcemente a Tónica y Micaela, las sacó del salón, mostrando con ellas una solicitud paternal.

Tras ellos, el postigo vuelve a cerrarse. ¡Bien mala cosa es la vejez! ¡Un hueso que nadie lo quiere roer, si no es la muerte! ¿Adonde iremos, señora Micaela?

Es muy vieja, toda arrugada, con ese color oscuro y clásico que tienen las nueces de los nogales centenarios. Atraviesa la nave, y el lento arrastrar de sus madreñas cuenta sus años. Aquella mujeruca sirve desde niña en la casa de Don Juan Manuel Montenegro: Es Micaela la Roja, que conoció a los difuntos señores cuando entró de rapaza de las vacas, por el yantar y el vestido.

Acaeció que en uno de estos días de vacilaciones para el conde, fue por la mañana a casa de Quiñones Micaela, la más nerviosa y violenta de las cuatro ondinas del Jubilado. Fue con objeto de pedir consejo a Amalia acerca de un vestido que tenía en proyecto para el próximo baile del casino. Apesar de sus treinta y pico, aún seguía tendiendo redes al sexo masculino.

Entre el dependiente y ella establecíase el lazo de la igualdad de caracteres. Los dos eran seres débiles, pacientes, sin voluntad: acostumbrada ella a la obediencia de la servidumbre, supeditado él por la adoración a su madre. Micaela encontraba aceptables las relaciones entre Juanito y su amiga.

Ayer ha mordido un dedo a la costurera; ahora acaba de romper un espejo. ¡No hay paciencia para sufrirla! Micaela, a quien aquel castigo repugnaba, calló. Siguió la esposa de Quiñones hablándole con afectada indiferencia de su vestido; mas apesar de lo mucho que el tema debía de interesarla, la joven se mostraba bastante distraída y lanzaba frecuentes ojeadas a la niña.

Palabra del Dia

rigoleto

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