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Tal es la sustancia de lo que me refirió Chisco. Con ello sólo podía explicarse el arrechucho aquel de Facia, y podía también no explicarse: de todas suertes, el caso, aun después de conocida la historia de la mujer gris, que no dejaba de ser interesante, no era para meterme en escrupulosas indagaciones; y no me metí.

Cuando todo el mundo estuvo servido, me escurrí hacia la biblioteca, me fui derecha al librote, ligeramente entreabierto por el espesor del paquete, tomé el sobre lacrado y, dando un suspiro de alivio, me le metí en el bolsillo con grandes precauciones para no romper algún sello de lacre. Levanté la cabeza y me encontré con Máximo, que me estaba mirando en silencio.

El conde de Lemos había llegado al obscurecer, y no encontrando á la condesa en su casa, se había ido á la del duque de Lerma; entonces, me metí en la primera taberna que encontré, escribí una carta al conde avisándole de que su esposa se solazaba en aquellos momentos con un galán en la quinta del río, llevé la carta á casa del duque de Lerma, la entregué con un doblón á un criado para tener seguridad de que la carta había llegado á manos del conde, y sin esperar la respuesta, que no era para esperada, fuíme de allí al mesón del Bizco, alquilé dos caballos, y por lo que pudiera tronar me fuí á rondar la quinta.

De noche cruzaba los brazos y decía: «aquí la tengo; nadie me la quitará...». Cuando me dijeron que me había olvidado, no lo quería creer. Salí a la calle y todo el mundo se reía de . ¡Espantosa noche! Escupí al cielo y lo dejé negro... Me metí la mano en el pecho, saqué el corazón, lo estrujé como una naranja y se lo arrojé a los perros.

"Tened por cierto que los mis amores no me entraron por vuestros ojos bellidos, sino atendiendo a que por falta de chapín metí mis pies en un celemín, o que por deseo de zuecos metílos en cántaro. No al sino que si Satanás no os empuña, los grajos vos saboreen. Don Egas, dos minutos después de mi redención."

Dejé, como fray Gerundio, los estudios y me metí a predicador; es decir, me hice militar en obsequio de la patria. En la campaña perdí la carrera, la paciencia y un ojo; y las circunstancias me dejaron tuerto y capitán: sabe el cielo que para ninguna de estas dos cosas servía.

Pues en la segunda campaña, al mando del Conde de la Unión, también escarmenté de lo lindo a los republicanos. La defensa de Boulou, no nos salió bien, porque se nos acabaron las municiones: yo, con todo hice un gran destrozo cargando una pieza con las llaves de la iglesia; pero éstas no eran muchas, y al fin, como un recurso de desesperación, metí en el ánima del cañón mis llaves, mi reloj, mi dinero, cuantas baratijas encontré en los bolsillos, y, por último, hasta mis cruces. Lo particular es que una de estas fue a estamparse en el pecho de un general francés, donde se le quedó como pegada y sin hacerle daño.

Firme en mi decisión, escribí a la Compañía, pregunté en el puerto si algún barco zarpaba hacia la costa de España y me metí en un vapor que iba a Bayona. Recuerdo que hacía un tiempo de agosto, pesado, horrible. Los ojos se quemaban contemplando las playas arenosas, las dunas amarillentas, los estanques rodeados de pinos y la reverberación del mar.

Acaso tengas razón añadió cuando se dio cuenta de que era yo quien había hablado. En todo caso, la pobre Petra está en la dolorosa vía del celibato. ¡Dolorosa!... no, abuela, muy feliz. Y para ahorrarme un sermón de la abuela, desaparecí prontamente de su horizonte. Abríase ante la puerta de mi casa y me metí en ella más que de prisa. 22 de octubre.

Yo me metí corriendo en la casa continuó el pequeño . La patroncita fué á salir para ver qué pasaba, pero llegaron los tres hombres malos y le echaron un poncho por la cabeza. Me escondí debajo de una mesa; luego me asomé, y vi cómo montaban y se llevaban á la patroncita, que hacía con sus brazos así... así, debajo del poncho. Y no más.