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Actualizado: 23 de junio de 2025
Al siguiente día, el trasatlántico francés San Germán, que zarpaba del puerto de Santander, llevaba sobre cubierta un melancólico pasajero de barba rubia, que desafiando la crudeza de la temperatura y la desapacibilidad de la tarde, parecía embelesado en la contemplación de las aguas y de la costa. Iba pensando aquel pasajero: ¡Pero qué triste es el mar, Dios mío, y la tierra qué triste es!
Firme en mi decisión, escribí a la Compañía, pregunté en el puerto si algún barco zarpaba hacia la costa de España y me metí en un vapor que iba a Bayona. Recuerdo que hacía un tiempo de agosto, pesado, horrible. Los ojos se quemaban contemplando las playas arenosas, las dunas amarillentas, los estanques rodeados de pinos y la reverberación del mar.
Y mientras estos acontecimientos tenian lugar en Colombia, Buenos-Aires gemia envuelto en el cáos de la disolucion política y el general San Martin, al frente de veinte velas, montado en el navio de su nombre, zarpaba en el puerto de Valparaiso la tarde del 20 de Agosto, siendo bien recibido por el pais, donde mas tarde ocupó Lima y el Callao.
Hora era ya de que saliese á correr el mundo un hombre como él, que conocía por sus lecturas casi todos los pueblos de la tierra. El dinero no le preocupaba. Doña Cinta lo tenía en abundancia, y era fácil encontrar su manojo de llaves. Un vapor viejo y lento, mandado por un amigo de su padre, acababa de entrar en el puerto y zarpaba al día siguiente para Italia.
Los ojos del médico se apartaban del mar para convergir en su aplastada nariz. Recordaba una noche de calor egipcio, aumentado por los ardores del whisky; el roce de las mercenarias desnudeces; la pelea con otros navegantes rojos y septentrionales; el boxeo á obscuras, y él, con la cara ensangrentada, huyendo al buque, que afortunadamente zarpaba al amanecer.
Empezó a impacientarse el resto de la comitiva por este trabajo laborioso. Nada quedaba en la tienda digno de ser devorado. Gómez y sus compatriotas se entretenían saltando los bancos de la plaza. Los padrinos pensaban con nostalgia en el comedor del buque. Eran las once en el reloj de la tienda, y el Goethe zarpaba a las doce.
Palabra del Dia
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