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Actualizado: 29 de junio de 2025
Viendo que se acercaban con ímpetu formidable los franceses, hice un movimiento envolvente sobre mi ala izquierda, y me metí tras el armario, dirigiendo el raso de metales de la terrible arma de fuego que llevaba en mi bolsillo hacia el marco de la puerta, para que la trayectoria fuese directamente al patio.
Era la última noche que íbamos a pasar en San Javier, puesto que debíamos regresar a México el día siguiente, y me metí en cama con ánimo de descansar, indiferente al suceso que tan repetidas veces había turbado mi sueño. La tos, esa noche, me pareció más fuerte y rebelde que en las anteriores.
Metí mi pañuelo en el bolsillo, y me puse a reflexionar. Verdaderamente, la vida es una cosa muy rara. ¿Quién habría dicho, quince días antes, que mis sueños se realizarían tan pronto, y que iba a ver tan pronto al señor de Couprat?
Yo me lié con la Visitación, que me robó un pañuelo, la muy ladrona sinvergüenza. Le metí mano, y... ¡ras!, le trinqué la oreja y me quedé con el pendiente en la mano, partiéndole el pulpejo... por poco me traigo media cara.
Y como estaba convencido de que el mundo no podía sentir la más leve emoción por mi retirada, ni había llegado a enterarse de que existo, recogí los bártulos que yo titulaba ideales, me decidí a comer, y aprovechando ciertos bombos dados por mí en los periódicos a la casa Dupont, me metí en ello para siempre, y no puedo quejarme.
Yo procuraba no darle mucha cuerda a Bárbara, ni dejarme arrastrar por ella, y me decía: «Tengamos serenidad y no chocheemos hasta ver...». Pero pensando en ello, te lo digo ahora en confianza, salí a la calle, me reía solo, y sin saber lo que me hacía, me metí en el Bazar de la Unión y...».
A esos bichos los paro yo na más que con esto y mostraba su rifle . En Córdoba tuve cuentas que arreglar con un señó rico que era mi enemigo. Planté mi jaca a un lao de la carretera, y cuando yegó er bicho levantando porvo y hediendo a petróleo, di el ¡alto! No quiso pararse, y le metí una bala al que iba en la rueda.
Y no di juego, limitándome a alzar los hombros y a dejar escapar un gruñido galante. Luego que tuve lacrado y sellado el protocolo, lo metí a duras penas en el bolsillo y salí a refrescar la cabeza, que bien lo necesitaba. ¡Tres horas había pasado escribiendo! Cerca del oscurecer, pasando por la calle de las Sierpes, vi en la Británica a Villa, y entré a acompañarle.
7 Y os metí en tierra del Carmelo, para que comieseis su fruto y su bien; mas entrasteis, y contaminasteis mi tierra, e hicisteis abominable mi heredad. 8 Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde [está] el SE
Cuando regresé a mi alcoba me sentí calenturiento y me metí entre sábanas; pero sólo logré conciliar intranquilo y mil veces interrumpido sueño. Recuerdo que aquella noche fuí testigo de los episodios más sangrientos de la conquista de México.
Palabra del Dia
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