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Actualizado: 8 de julio de 2025


«Es verdad, se decía, no he de vivir en este egoísmo de recrearme en Dios; necesito, , trabajar más y más en la oración mental y en la contemplación, para ver más y más cada día en esa región de luz en que el alma penetra, pero... ¿y mis hermanos? La caridad exige que se piense en los demás. Ya puedo, ya puedo salir, vivir, sacrificarme por el prójimo; ya estoy fuerte, Dios lo ha permitido».

Ya le suponía en Benarés, ya en Delhi, ya en Calcuta, ya en otros lugares de la India, pero siempre noble, joven y hermoso, y chatria o brahman, cuando no príncipe. El incógnito personaje padecía una enfermedad mental semejante a la de Poldy.

La característica mental del hombre en la edad media fue el miedo a los muertos y el terror a la muerte.

Y, aunque varíen los nombres, es indudable que las cosas no variarán. Es decir, que el lector del año 50 no tendrá que hacer, a lo sumo, nada más que la simple sustitución mental de unos apellidos por otros para convertir este pequeño trozo de historia en una página de actualidad palpitante. El otro día, al salir del Congreso, me fui a cenar con un amigo diputado.

Zamacois, Roberto Castrovido, escriben sus admirables novelas y sus artículos maravillosos sobre una mesa de mármol, con un tinterillo menguado, entre el bullicio, envueltos en el humo de las salas de un cafetín de barrio. Es éste un milagro de aislamiento entre la muchedumbre, para el que es preciso una gran fuerza mental. Valle-Inclán escribe en la cama, con lápiz.

Al mismo tiempo el consejero mental le decía rencorosamente: «¡Se está burlando de ti!... Hora es ya de que esto acabe... Hazla sentir tu autoridad de hombre.» Y esta voz tenía el mismo timbre que la del difunto Tritón. De pronto ocurrió una cosa violenta, brutal, innoble.

No se les ocultaba que su tía sabía hacer guardar los respetos debidos a la entidad de Jáuregui, presente siempre en la casa por ficción mental, de que era símbolo el feo retrato que en el gabinete estaba. Hablaban del tiempo, de lo mal que se vivía en Toledo, de que el viento se había llevado toda la flor del albaricoque, y de otras zarandajas, honrando sin melindres el buen almuerzo.

Tal vez el capitán Laurier no veía con claridad; pero ella le había mirado con sus ojos cándidos, volviendo la vista precipitadamente para evitar su saludo... El viejo se entristeció ante tal indiferencia, no por él, sino por el otro. ¡Pobre Julio!... El inflexible señor, en plena inmoralidad mental, lamentaba este olvido como algo monstruoso.

Repetidas veces había puesto en ejecución su pensamiento, ¿pero cómo?, en sueños, y también alguna vez despierto, cediendo como a una fuerza automática y fatal que no era su propia fuerza. En estos casos de repetición o ensayo mental del hecho, se quedaba fatigado y orgulloso, cual si lo hubiera ejecutado realmente.

Ellos derrotarían al turco, que amenazaba la cristiandad; ellos, con armas temporales y espirituales, lograrían sofocar la herejía que estaba naciendo en Alemania y que, barbarie mental, ansiaba derrocar el imperio de Roma en los espíritus, como los antiguos bárbaros habían destruido el imperio material de Roma.

Palabra del Dia

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