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La posición de Morsamor y de los suyos parecía inexpugnable, merced a su desesperada resistencia y a la consternación de unos contrarios sin caudillo. Pronto, no obstante, se rehicieron estos, fiados en su muchedumbre y aguijoneados por la vergüenza y por el deseo de que la muerte de Balarán no quedase impune. No era como el alcázar de Benarés el edificio en que Morsamor se refugiaba.

Morsamor convocó, pues, a su gente, expuso su determinación de permanecer en Benarés con algunos pocos aventureros que quisiesen acompañarle y reconociendo que todos habían cumplido ya con el compromiso y la obligación que contrajeron, los dejó en libertad de volver a Goa, conducidos por buenos guías y con el espléndido botín que habían conquistado.

En el edificio no había provisiones de boca, pero la caravana distaba mucho de haber consumido las que sacó de Benarés, y en la selva además abundaban los cocoteros, los plátanos, los mangos, las palmeras, los naranjos, los limoneros y otros árboles cargados de fruta. Y todos aquellos contornos convidaban con fácil y riquísimo éxito a la caza y a la pesca.

El núcleo de que hablo sólo puedes formarle o por mejor decir, le tienes ya formado con más de doscientos aventureros que hay en Goa dispuestos a seguirte a donde quiera que los guíes. La fama a llevado todo esto hasta la gran ciudad de Benarés.

Lo razonable, pues, era retirarse con sus aventureros, volviendo todos a Goa victoriosos y opulentos como nababos. Sólo un interés personalísimo retenía a Morsamor en Benarés. La bella Urbási había cautivado su alma.

La ocasión como he dicho es hoy más propicia que nunca. Para no perderla anhelamos tu auxilio. ¿Nos le concedes? Dime cuál es vuestro plan respondió Morsamor. En Benarés replicó Narada reina hoy el tirano musulmán Abdul ben Hixen.

Entre tanto, en la santa ciudad de Benarés, cerca de cuyos muros se hallaba el hipogeo, se celebraba, aquella noche, espléndida, alegre y ruidosa velada: la fiesta más solemne del culto de Crishna. No era la conmemoración de sus triunfos guerreros, cuando daba muerte a tiranos y a monstruos, a endriagos y serpientes.

Tiburcio cabalgaba al lado de Morsamor y se lo explicó todo. Aquellos hombres eran los mongoles. Babur, su monarca, apaciguados ya sus vastos dominios, había caído como el rayo sobre la India. Acababa de reconquistar a Lahor y se había apoderado luego de Delhí y de Benarés, la ciudad santa, donde le habían dicho que Balarán se había declarado Brahmatma.

Ya le suponía en Benarés, ya en Delhi, ya en Calcuta, ya en otros lugares de la India, pero siempre noble, joven y hermoso, y chatria o brahman, cuando no príncipe. El incógnito personaje padecía una enfermedad mental semejante a la de Poldy.

Cuanto he oído en Benarés en boca de los brahmanes y cuanto después me ha expuesto Sankarachária en su misterioso retiro son la corrupción del mencionado himno del Rig-Veda, donde el vate de los primeros tiempos busca a Dios, le columbra y le admira en las cosas creadas y le reconoce y le adora.