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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Pero, en suma, ¿qué podrían decir? Los embustes que todos repetían en Villaverde, y ¡nada más! Cuando me levanté de la mecedora para cerrar el balcón, daban las doce en el reloj del escritorio. Allá, en el fondo del jardín, seguía cantando el trovador alado.
Así que se presentaba este síntoma de aburrimiento, la enfermedad se declaraba en él con tal violencia que no se pasaron tres minutos sin que se alzase bruscamente de la mecedora y les dijese adiós. Cuando Gustavo montaba sobre uno de estos asnos no se hartaba nunca de hacerle correr.
Los múltiples quehaceres de la casa la obligaban a cada momento a interrumpir la conversación y marcharse. Por último se decidió a sentarse en una mecedora, diciendo: De aquí no me levanto ya lo menos en un cuarto de hora... Digo, a no ser que uté quiera quedarse solo...
«¡Se había olvidado de su mentira!». Explicó lo mejor que pudo su presencia en el Parque a pesar de la jaqueca. El Magistral confirmó su sospecha. Le había engañado su dulce amiga. Estaba el clérigo pálido, le temblaba un poco la voz, y se movía sin cesar en la mecedora en que se le había invitado a sentarse.
Lo ves, Ana, lo ves; ya Juan no viene y se levantó Lucía; fue a uno de los jarrones de mármol colocados entre cada dos columnas, de las que de un lado y otro adornaban el sombreado patio; arrancó sin piedad de su tallo lustroso una camelia blanca, y volvió silenciosa a su mecedora, royéndole las hojas con los dientes. Juan viene siempre, Lucía.
Mario notó, al poner el pie dentro, el perfume de placidez y candor que exhalaba y sintiose poseído de respeto. Sin embargo, en el fondo de la estancia no había ningún ángel en oración o virgen en éxtasis, sino dos hombres tomando café al pie de un velador y saboreando copitas de ron. D. Jeremías Laguardia, muellemente recostado en una mecedora, chupaba un tabaco habano de tamaño disforme.
Después de la cena, luego que los empleados se retiraron a sus habitaciones, me fui a la sala, abrí el balcón, y sentado en una mecedora, gozando del fresco de la noche, una hermosa noche de luna, me puse a pensar en Linilla. ¡Sí, sí, ella sería la dulce compañera de mi vida!
Será porque estoy muy nerviosa. Voy por un abrigo. Se dirigió a la recámara. Mis ojos la siguieron.... A poco salió envuelta en un chal anchísimo, de felpa de seda, color de púrpura. Vea usted: exclamó, sentándose en una mecedora, cerca tenemos el castillo....
¡Nada, nada, pone usted los puntos sobre las íes! Y al decir esto se balanceaba sobre la mecedora y echaba sus piernas didácticas al alto con tal alegría que ningún emperador la sintió mayor al poner una placa sobre el pecho de alguno de sus generales victoriosos.
Lo amueblan dos sillones, una mecedora, seis sillas, un velador, una mesa y una consola. Los sillones son de tapicería a grandes ramos de adelfas blancas y rojas sobre fondo gris. La mecedora es de madera curvada. Las sillas son ligeras, frágiles, con el asiento de rejilla, con la armadura negra y pulimentada, con el respaldo en arco trilobulado.
Palabra del Dia
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