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Actualizado: 9 de octubre de 2025
Sí, señor... contestó Lucía, atribulada ya . Pues claro está que venía... venía don Aurelio Miranda, mi marido... y al decirlo, sonriose involuntariamente, de lo nueva y peregrina que se le figuraba tal expresión en su boca. Muy niña parece para casada pensó el viajero; pero recordando el anillo que había visto lucir en el meñique, añadió en alta voz: ¿De dónde venían ustedes? De León.
¡Oh! dijo Meñique; mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es la cascada! Dime ahora preguntó la princesa, ya con mucho miedo: ¿quién es el que anda todos los días el mismo camino y nunca se vuelve atrás? ¡Oh! dijo Meñique; mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es el sol! El sol es dijo la princesa, blanca de rabia.
En cuanto salió el sol, el rey hizo llamar a Meñique delante de toda su corte. Y vino Meñique fresco como la mañana, risueño como el cielo, galán como una flor. Yerno querido dijo el rey, un hombre de tu honradez no puede casarse con mujer tan rica como la princesa, sin ponerle casa grande, con criados que la sirvan como se debe servir en el palacio real.
Dos de éstos le unían al muelle, atados á dos troncos de pino que hacían oficio de pilotes. Gillespie, para no perder tiempo desenredando los nudos hechos por la marinería enana, tiró simplemente de estos cables, enormes para los habitantes del país, pero menos gruesos que su dedo meñique, arrancando los dos maderos de la tierra en que estaban clavados.
Y convulsivamente cerró los dedos centrales de su mano, avanzando el índice y el meñique en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte. Quiso seguir, pero todas las láminas representaban horrorosos reptiles, y acabó por cerrar el libro con manos trémulas y devolverlo al armario, murmurando: «¡Lagarto! ¡lagarto!» para desvanecer la impresión de este mal encuentro.
No estés tan de prisa, amigo dijo Meñique, con una vocecita de flautín, no estés tan de prisa, que yo tengo una hora para hablar contigo. Y el gigante volvía a todos lados la cabeza, sin saber quién le hablaba, hasta que le ocurrió bajar los ojos, y allá abajo, pequeñito como un pitirre, vio a Meñique sentado en un tronco, con el gran saco de cuero entre las rodillas.
Y estas manos van, vienen, saltan, vuelan sobre el encaje, cogen los bolillos, mudan los alfileres, mientras el dedo meñique, enarcado, vibra nerviosamente y los macitos de nogal hacen un leve traqueteo. De rato en rato, Pepita, o Lola, o Carmen, se detienen un momento, se llevan la mano suavemente al pelo, sacan la rosada punta de la lengua y se mojan los labios... Y así hora tras hora.
El primero que diga: «¡Eso es demasiado!» pierde. Por servirte, princesa y dueña mía, mentiré de juego y diré la verdad con toda el alma. Estoy segura dijo la princesa de que tu padre no tiene tantas tierras como el mío. Cuando dos pastores tocan el cuerno en las tierras de mi padre al anochecer, ninguno de los dos oye el cuerno del otro pastor. Eso es una bicoca dijo Meñique.
Cuando ya no quedaba del árbol una sola hoja, Meñique fue donde estaba el rey sentado junto a la princesa, y los saludó con mucha cortesía. ¿Dígame el rey ahora dónde quiere que le abra el pozo su criado? Y toda la corte fue al patio del palacio con el rey, a ver abrir el pozo.
Miguel miró el interior del bolso con la curiosidad que inspiran siempre todos los objetos de la mujer que nos interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo una carterita de piel, y colgando de ella un fetiche de jugadora, una mano con el índice y el meñique tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte.
Palabra del Dia
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