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Actualizado: 9 de octubre de 2025
Todos salieron a las ventanas a averiguar la causa de aquel ruido, y vieron a Meñique sentado con mucha tranquilidad en el hombro del gigante, que tocaba con la cabeza el balcón donde estaba el mismo rey. Saltó al balcón Meñique, hincó una rodilla delante de la princesa y le habló así: «Princesa y dueña mía, tú deseabas un criado y aquí están dos a tus pies».
Sentía un deseo terrible de entrar en el asunto y al mismo tiempo un miedo atroz de las complicaciones que iba á afrontar... ¡Ah! debo confesarlo; sin el ascendiente que tomó sobre mí Tragomer desde aquella noche, hubiera abandonado la empresa. Pero me impulsó, fuerza es decirlo. Y una vez el dedo meñique en el engranaje, tuvo ya que pasar todo el cuerpo.
En el casamiento de la princesa con Meñique no hubo mucho de particular, porque de los casamientos no se puede decir al principio, sino luego, cuando empiezan las penas de la vida, y se ve si los casados se ayudan y quieren bien, o si son egoístas y cobardes.
Y sin ponerse a temblar, ni preguntar más, metió el hacha en su gran saco de cuero, y bajó el monte, brincando y cantando. ¿Qué vio allá arriba el que todo lo quiere saber? preguntó Pablo, sacando el labio de abajo, y mirando a Meñique como una torre a un alfiler. Pues el hacha que oíamos le contestó Meñique.
Tú piensas, como noble princesa que eres, en que este criado tuyo no es indigno de ser tu marido, y yo no pienso que haya logrado merecerte. Y en lo que ni yo ni tú pensamos es en que el rey tu padre y este gigante infeliz tienen tan pobres... Cállate dijo la princesa; aquí está mi mano de esposa, marqués Meñique. ¿Qué es eso que piensas de mí, que lo quiero saber? preguntó el rey.
Soy el gran hechicero Meñique, y con una palabra que le diga a mi hacha te corta la cabeza. Tú no sabes con quién estás hablando. ¡Quieto donde estás! Y el gigante se quedó quieto, con las manos a los lados, mientras Meñique abría su gran saco de cuero, y se puso a comer su queso y su pan. ¿Qué es eso blanco que comes? preguntó el gigante, que nunca había visto queso.
Pedro Meñique y la viuda del Cevil reconocieron, contristados, las astas de las reses que respectivamente les habían pertenecido, y de cuya muerte ya tenían noticias, aunque vagas, antes de la llegada de la cabaña. En seguida preguntó el alcalde si había algún vecino que tuviera que hacer daque cargo á los pastores.
Pero, mi querida señorita, comprendo que se aburra usted un poco en Krakowitz; es muy aislado esto... y su señor padre tiene historias con todo el género humano... Pero, en fin, si usted tiene ganas de casarse, una mujer como usted no tiene más que hacer que levantar el dedo meñique. ¡Oh, cállese! me responde; esas son frases. ¿Quién me querría a mí? ¿Conoce usted a alguno que me quiera?
¡Uha! dijo el gigante; tengo que sacarme otro botón. ¡Qué estómago de avestruz tiene este hombrecito! Bien se ve que estás hecho a comer piedras. Anda, perezoso dijo Meñique, come como yo y se echó en el saco un gran trozo de buey. ¡Paff! dijo el gigante, se me saltó el tercer botón: ya no me cabe un chícharo: ¿cómo te va a ti, hechicero?
Pero no hay que decir que Meñique era bueno. Bueno tenía que ser un hombre de ingenio tan grande; porque el que es estúpido no es bueno, y el que es bueno no es estúpido. Tener talento es tener buen corazón; el que tiene buen corazón, ése es el que tiene talento. Todos los pícaros son tontos. Los buenos son los que ganan a la larga.
Palabra del Dia
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