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Actualizado: 2 de junio de 2025


Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo ver un el hombre á un hijo, ¡y me privas de este último consuelo! ¡ te has llevado mi pobre alegría! Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de Martínez; y sintió de nuevo la comezón de los celos.

Maltrana, escuchando la respiración de Feli, palpando en la sombra su cuerpo desfigurado por la maternidad, experimentó el mismo remordimiento que si la hubiese asesinado y tuviera el cadáver tendido junto a él.

Junto á sus hombros se extendían en doble ala varias señoritas huesudas, con las trenzas anudadas en forma de cesto, imitando el peinado de las emperatrices y grandes duquesas... Detrás se erguía la compañera virtuosa y prolífica, aventajada por los excesos de una maternidad de repetición. Ferragut contempló largamente á este patriarca guerrero.

Palabra tras palabra, fue soltando las castañas, aquellas ideas elaboradas y guardadas con religiosa maternidad, como esconde Naturaleza sus obras en gestación. Llegó por fin el día señalado para la boda, que fue el 3 de Mayo de 1835, y se casaron en Santa Cruz, sin aparato, instalándose en la casa del esposo, que era una de las mejores del barrio, en la plazuela de la Leña. iv

A no estar trastornado por sus preocupaciones, don Juan hubiese comprendido mirándola, que la esbeltez de aquella mujer era incompatible con la maternidad. Cuando aumentó repentinamente la intensidad del alumbrado, Julia y el chico lanzaron a dúo un ¡aah! formidable. Cristeta se sonrió, y a don Juan le pareció que de aquella sonrisa había brotado la claridad.

Al regreso de los dos primeros viajes fué á esperarle en el muelle, buscando con la vista su gorra de galón de oro y su levita azul entre los pasajeros trasatlánticos que se agitaban en las cubiertas con la alegría de la llegada á Europa. En el viaje siguiente, doña Cristina la obligó á quedarse en casa, temiendo que la emoción y las aglomeraciones del puerto perjudicasen su próxima maternidad.

Mi único hijo.... Emma, durante todo el primer día, estuvo sentimental, excitada; su marido creyó que la maternidad iba a transformarla, pero a la mañana siguiente despertó con bastante calentura y nada tierna; cuando la postración se lo consentía, rabiaba en la medida de sus fuerzas. Le hablaron del puerperio, de sus peligros, y sintió nuevo terror.

La maternidad apasionada y ruidosa de la hembra popular estallaba con fieros arrebatos a la vista de los pequeños. Los besos parecían mordiscos; las caras de los asilados se enrojecían con los violentos restregones; muchos se echaban atrás, como temerosos de la primera efusión.

De manera que el peligro de los mares, el exceso de fecundidad vuelve á presentarse más terrible aún. ¡El abadejo! Este que es más fecundo que el arenque: ¡llega á tener nueve millones de huevas! Un abadejo de cincuenta libras tiene catorce de huevas, ¡la tercera parte de su peso! Añadid que á esos animalitos, de tan temible maternidad, la época del celo les dura nueve meses en el año.

Cuando se hubo rendido por entero al pecado, y la arrancaron de su embriaguez los primeros anuncios de la maternidad, creyó enloquecerse. Sin esperar, reveló todo a su padre. Entretanto el seductor desaparecía de Segovia. Medrano fue encargado de ir en su busca. Poco después, en Arévalo, el mismo desconocido se presentó al escudero, declarando su nombre y su raza. Era un morisco.

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