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Actualizado: 2 de junio de 2025


En cambio, aquellas casquivanas, que aún guardaban algo de su antiguo exterior, parecían animadas por el gran sentimiento de la maternidad: una maternidad abstracta que abarcaba á todos los hombres de su nación, un deseo de sacrificarse, de conocer de cerca las privaciones de los humildes, de sufrir con el contacto de todas las miserias de la carne enferma.

El jefe de la tribu daba órdenes y propinas; la señora, alta, carnuda, majestuosa, con el talle algo deformado por la maternidad, leía la guía de ferrocarriles a través de sus lentes de oro. Cerca de ella tres jóvenes elegantes, las hijas, y dos igualmente adornadas, pero de mayor edad: las cuñadas del señor.

Su hermana le escribía desde Berlín, valiéndose de un Consulado sudamericano en Suiza. Esta vez la señora Desnoyers lloró por alguien que no era su hijo: lloró por Elena y por los enemigos. En Alemania también había madres, y ella colocaba el sentimiento de la maternidad por encima de todas las diferencias patrióticas. ¡Pobre señora von Hartrott!

Estaba seguro de haber empezado á amarla el día que se presentó en Villa-Sirena á pedir el perdón de su deuda, confesando su ruina. ¡Pobre duquesa de Delille, acostumbrada á gastar millones al año, propietaria de minas preciosas, y teniendo que vivir del juego, como una aventurera!... Después, junto á su lecho, viendo sus lágrimas, escuchando el gran secreto de su vida, aquella maternidad oculta que la hacía llorar, se había dado cuenta definitivamente de este amor.

Para todos, así anfibios como peces, requiérese una época de reposo; una Tregua de Dios. El mejor modo de multiplicarlos es ahorrar su sangre en la época de su reproducción, en la hora que la Naturaleza desempeña en ellos su obra de maternidad.

Muchas veces, al volver Isidro a su casa, la sorprendía de bruces en la cama, llorando silenciosamente. Pero ¿qué tienes? gritaba con tono colérico . ¿Qué te pasa?... Nada: lloraba sin saber el motivo. La maternidad trastornaba su débil organismo. La invadía una intensa tristeza, atormentando su imaginación.

Para reemplazarle piensa Lully en la poesía sublime de la maternidad; en sus goces, deberes y sacrificios; pero el tálamo es estéril para Cabrera. Hay un momento en que sueña Lully con una pasión quintaesenciada, purísima, castísima, sin la menor mácula que deslustre su limpieza. Lully halla por fortuna al hombre adecuado para este fin.

Los mismos; ELECTRA, por la izquierda con el niño en brazos. El niño es de dos años, poco más o menos. ELECTRA. ¡Hijo de mi alma! EVARISTA. Niña, por Dios, déjale y vámonos. Que llegamos tarde... Es un rasgo de maternidad. Yo lo aplaudo. MARQU

En vano rogó la infeliz que la dejasen allí, sin más recursos que los estrictamente necesarios para vivir con el niño, en las condiciones que se le impusieran, sometiéndose a cuanto mandaran: todo fue inútil. Para la falta halló indulgencia, casi perdón, pero a trueque de separarse por siempre de su hijo, sacrificando el sentimiento de la maternidad a las exigencias del honor.

En un principio explotaron el orgullo y privilegios de raza; más tarde, excitaron la maternidad; después, echaron mano del desenfrenado sensualismo, y por último, y en los años que nos ocupa, aprovecharon como arma de excisión el hecho primero en aquellas islas, de casarse una mariana con un español.

Palabra del Dia

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