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Actualizado: 17 de junio de 2025
Pagole Manuel Antonio con otra, y se entabló animada disputa rebosando de palabras amargas e intencionadas que se prolongó hasta casa del Jubilado, no sin que éste hubiese hecho algunos vanos esfuerzos para poner paz entre ellos. La mejor parte la llevó, como siempre, el marica, que poseía para lanzar sus frases el vigor de los hombres y la sutil intención de las hembras.
Más de lo que yo creía contestó la joven. Se adivinaba en ella cierta desorientación. Tal vez sentía miedo al pensar en su entrada audaz, sin una moneda en el bolsillo. Pero no tardó en reponerse de estas vacilaciones. Brillaron sus ojos con un fulgor hostil, lo mismo que si fuese a entrar en pelea, y tendió una mano hacia la ciudad, como invitándola a que la esperase: ¡Yo te arreglaré... marica!
Pues me dijeron... Como no le veo hace dos días... ¿Vas de compras para la señora? Son camisetas para el señor conde. ¿De casa de Ramiro?... Déjame verlas, yo también tengo que comprar. La doncella abrió la caja y el marica se puso a examinar el contenido. Son muy finas. Esto es demasiado caro para mí, hija. Sí, señor, son caras. Pues el señor conde todavía no las encuentra buenas.
Pues no tiene usted más que ponérselo en cuanto sea su yerno, porque, según cuentan, es novio de su hija Emilia dijo el marica recalcando las palabras con extremado gozo. Paco y D. Santos rieron. D. Cristóbal quedó anonadado. Apenas pudo mascullar trabajosamente: ¡Quién hace caso de esas boberías! Y no volvió a chistar.
Pero el marica insistió tanto, se mostró tan expresivo y familiar que al cabo de un rato la criada desembuchó lo que tenía dentro. Pues mire, yo no puedo decirle a punto fijo lo que hay, pero creo que se casa y pronto. El otro día oí unas palabras a la señora condesa... ¿Qué palabras? Decía al ama de llaves que, en cuanto su hijo se fuese, iría a pasar una temporada a la Granja.
Vestía un chaquetón del grueso de una albarda, y hacía rodar su gorra de pana entre los dedos con manifiesto embarazo mientras declaraba. La voz era bronca, como conviene a todo mayoral que se estime en algo; el estilo pintoresco, abusando un poco de los tropos. Pus a mí me dijo el amo: Lico, hay que dir a Peñascosa a por unos señores. No pases de la venta de Marica, y duérmete allí.
Yo apostaría a que son personas pudientes los padres de esta niña replicó el marica. ¡Adiós! ¡ya se nos va Manuel Antonio al folletín! exclamó la dama con una risita nerviosa. Las personas pudientes no dejan a sus hijos envueltos en estos andrajos. En efecto, la niña venía cubierta por unos trapos miserables y una manta raída y sucia.
No le queda más que tú, y tú serás al cabo el que se coma la breva... Además, por más que otra cosa digan, a las mujeres les gustan los hombres como tú, robustos... porque tú eres un roble, chico añadió volviendo hacia él la cabeza con admiración. Granate dejó escapar un mugido corroborante. El marica le pasó las manos por el torso, como profundo conocedor de las formas masculinas.
En la misma militaba el segundo de estos tres amigos que describimos, el cual era andaluz, de veintrés años, delgado, pequeño y flexible. En Ecija, su patria, pasaba el tiempo escribiendo verbos á Marica, á Ramona, á Paca, á la fuente, á la luna y á todo. Pero todo causa, y la poesía á secas no es de lo que más entretiene: un día se encontró aburrido y pensó salir del pueblo.
-Eso no, Sancho -respondió Teresa-: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera.
Palabra del Dia
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