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Actualizado: 22 de julio de 2025


Sin embargo, cuando pasé el umbral de aquel gran salón herméticamente cerrado, en el que ardían los cirios hacía dos días, y respiré el olor frío de las altas vigas saturadas de vejez, sentí un malestar de tristeza y como repugnancia por una vida que conduce a la infalible muerte. Empezaron a llegar amigos y parientes que yo no conocía y a quienes expliqué la ausencia de Lacante.

Pedro no hallaba palabras oportunas, sino aquella confusión y malestar que la gente dada a la frivolidad y el gozo experimenta en la compañía íntima de una de esas criaturas que pasan por la tierra, a manera de visión, extinguiéndose plácidamente, con la feliz capacidad de adivinar las cosas puras, sobrehumanas, y la hermosa indignación por la batalla de apetitos feroces en que se consume, la tierra.

Era el bufón del rey un hombre como de cincuenta años, pequeño, rechoncho, de semblante picaresco, pero en el cual, particularmente entonces que estaba encerrado con Quevedo, y no necesitaba encubrir el estado de su alma, estaba impresa la expresión de un malestar roedor, de un sentimiento profundo, que daba un tanto de amargura infinita á su ancha boca, cuyos labios sutiles habían contraído la expresión de una sonrisa habitual, burlona y acerada cuando estaba delante del mundo, sombría y dolorosa entonces que el mundo no le veía.

En el Seminario se murmuraba que era muy galanteador y que se introducía siempre entre la muchedumbre y en lugares muy concurridos, por disfrutar de apreturas con las mujeres. Su voz era como el estridor de un cuchillo contra un plato. Yo no podía oírle sin sentir dentera y malestar de estómago.

Marcaban el número de perforaciones que los dos barrenadores harían en la piedra y la duración de la apuesta. Olvidaban las minas y el malestar de los obreros, para no pensar más que en este desafío de destreza y vigor. Era la apuesta más famosa de cuantas habían concertado aquellos hombres, en su afán de arriesgar al dinero que con tanta facilidad llegaba á sus manos.

Cuando entró se inclinó respetuosamente, y su semblante tomó la expresión más humilde y servicial del mundo. Sin embargo, todos sus esfuerzos y toda su servil experiencia de cortesano no bastaron para borrar de su semblante cierta expresión de profundo disgusto, de ansiedad, de molestia y de un malestar doloroso.

A lo mejor, el jefe de una legión nota el malestar de sus soldados. Se muestran melancólicos y pálidos, parece que sueñan despiertos, aspiran el aire como si les trajese perfumes y músicas. Esta epidemia militar es más frecuente en la primavera que en el resto del año. «Mañana, maniobras», ordena el jefe.

Por último, después de muchos y sentidos ruegos, hizo confesión general con fray Ignacio, el confesor de María. Por más que parezca extraño, debemos declarar que Ricardo, lejos de sentir en esta nueva vida repugnancia o malestar halló profundos y misteriosos placeres, que hasta entonces jamás había gustado.

Domina el gusto ágrio, aunque puede ser dulzoso, el aliento es malo, no hay apetito, el disgusto es continuo, especialmente para la carne y alimentos grasos y cocidos; la sed varía, si bien suele ser muy pronunciada en los primeros dias; las náuseas conducen con frecuencia á vómitos mucosos, ágrios; el epigastrio está caliente, dolorido, es el punto de unas punzadas que se observan tambien en toda la estension del vientre; hay además una sensacion de malestar, de constriccion ó de plenitud.

¿Y las conversaciones de las criadas que respondían a las jeremiadas de la viuda del otro lado de la valla? Todo esto producía a la joven empleada una sensación de malestar y de repugnancia.

Palabra del Dia

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