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Actualizado: 9 de julio de 2025
«Nada le dijo esta , que tiene usted que esperar también. ¿Tiene usted llave?». ¿Llave yo? La del campo indicó Ballester con mal humor, discurriendo que maldita la falta que hacía Maxi allí . Más vale que se vaya usted, amigo Rubín, y vuelva, porque esto va largo. Esperaré yo también contestó el otro sentándose debajo de Ballester.
Sería asunto de algunos cañonazos bien dirigidos." Pero el Estado francés no presta sus cañones á los particulares, aunque sea para bombardearse en familia, y Clementina tuvo que resignarse á ver la casa maldita que se levantaba á lo lejos, punto blanco en el horizonte verdoso de los bosques.
Echose ambos puños a los cabellos y se los mesó con tan repentina furia, que algunos, arrancados, cayeron retorciéndose como negros viboreznos sobre el emboce de la cama.... Las uñas, desatentadas, recorrieron el contraído semblante y lo arañaron y ofendieron.... Lárgate, que me voy a levantar dijo por fin a Chinto , a ver si reúno gente y quemo aquella maldita madriguera de los de Sobrado.
Esta alma tranquila me ha salvado de la desesperación durante la semana maldita, en la que Luciana parecía desprenderse de mí y durante la cual me sentí profundamente sepultado en la fría sombra de los amores difuntos. La influencia pacificadora de Elena producía en mí, más cada día, su benéfico efecto.
¡Maldita vieja! gruñó por fin. Lograría atraer su atención de alguna manera. Me figuro lo ocurrido. Vinieron a apoderarse del Rey y como digo, de una manera u otra dieron con él. Si no hubiera usted ido a Estrelsau, usted, Federico y yo estaríamos a estas horas en el reino de los Cielos. ¿Y el Rey? ¿Quién sabe dónde está el Rey en este momento? ¡Partamos! exclamé; pero Sarto siguió inmóvil.
Juliana, la verdad sea dicha, no vio con buenos ojos la entrada de la doncella, que maldita la falta que hacía; pero por no chocar tan pronto, no dijo nada, reservándose el propósito de plantarla en la calle cuando se consolidase un poco más el dominio que había empezado a ejercer.
Eso, eso. ¡Bueno!» A menudo no sabía si sus exclamaciones iban dirigidas a Muslim, a don Oscar o a mí. Cuando llegamos al término de nuestro viaje, me dijo, con amable entonación: De modo que, por lo que veo, mi prima Tula está de acuerdo en que ustedes se casen. El que se opone es don Oscar... «¡Maldita sea mi suerte!», exclamé para adentro, y para afuera dije: No, señor conde.
De común acuerdo, las operarias detestaban a Olózaga, llamándole «el viejo del borrego» porque andaba el muy indino buscando un rey que no nos hacía maldita la falta... sólo por cogerse él para sí embajadas y otras prebendas; hablar de González Bravo era promover un motín; con Prim estaban a mal, porque se inclinaba a la forma monárquica; a Serrano había que darle de codo; era un ambicioso hipócrita, muy capaz, si pudiese, de hacerse rey o emperador, cuando menos.
No tiene él la culpa de que no haya en esta tierra maldita establecimientos de beneficencia. Si le veo mañana, le doy un duro... Vaya si se lo doy... ¡Qué envidia le va a tener mi tía Guillermina! Volvámonos ahora para la pared, a ver si me duermo un poco. Así; cerraré los ojos. No, mejor será que los abra, y que me figure que quiero despabilarme. Lo que se desea no se tiene nunca.
Después lección de solfeo. En seguida bordado. Por la tarde lección de dibujo... Y como mamá le apoyaba, no había más remedio que sufrirle... ¡Maldita sea su estampa!... ¿Quieres creer que ahora ha tenido la desvergüenza de hacer lo mismo? Verás tú.
Palabra del Dia
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