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Actualizado: 2 de julio de 2025
Yo no quiero perder la niña. ¡Mírala! Á este llamamiento frenético y singular que indicaba que la posición actual de Ester casi la había privado del juicio, el joven eclesiástico se adelantó pálido y llevándose la mano al corazón, como era su costumbre siempre que su nervioso temperamento le ponía en un estado de suma agitación.
Entonces se levanta, y, cogiendo a su mujer de la mano, agrega: Míralo, Gertrudis, se ha incomodado... ¡Ven acá, pilluelo!... Es ella... mírala bien... ¿Es con ella con quien has pretendido incomodarte?
Si no, mírala bien, y verás cómo te digo verdad''. Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; que, aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención por señas que por palabras.
Mírala, es mi novia había dicho una mañana a Margalida, mientras ésta limpiaba la habitación . ¿Verdad que es hermosa?... Debió ser princesa de Tiro o Ascalón, no lo sé cierto; pero lo que sé indiscutiblemente es que estaba reservada para mí. Me amaba cuatro mil años antes de nacer yo, y ha venido a buscarme a través de los siglos.
No importa, te daré una chaqueta mía; siento que no haya para todos. No hay necesidad. Oh! sí, sí, ¡mi chaqueta! Toma, mírala: un poco ancha te vendrá. Pero, Braulio.... No hay remedio; no te andes con etiquetas.
Pero ni una contestación de su letra a sus repetidas cartas, ni un rizo de su cabello que besar, ni un blanco cendal de batista que humedecer con sus lágrimas. El desdichado daría la vida por un harapo de su señora. ¡Ah, mundo de dolor y de trastrueques! La trapera es más feliz. ¡Mírala entrar en el portal, mírala mover el polvo! Y acaso el borrador de algún billete escrito a otro amante.
Pero ¡qué rica! exclamaba el cazador . Mírala, Isidro: lo mejor del mundo. Cincuenta reales me costó en Colmenar; no había quien la tocara: una verdadera fiera. A uno le destrozó un dedo. Se agarraba a las manos y ni Dios la hacia soltar. Yo la he criado tal cual la ves, y come en mis labios y me quiere lo mismo que Feliciana. Pero esto sólo puedo hacerlo yo. Si tú la tocases, te mordía.
Piensa tambien el entendimiento, y mira como verosimil la exîstencia de una Puente de un solo arco, y de trescientos pies de longitud: mírala como verosimil, porque la fábrica de semejante Puente no se opone á las reglas ciertas de la arquitectura; pero no obstante para creer su exîstencia es necesario que alguno atestigüe haberla visto, como en la realidad la han visto muchos en la China.
¡Mírala! exclamó con burlesca gravedad dirigiéndose al enfermo . ¿Es ésta la misma que tú quieres? ¿No te la cambiaron?... Dale, pues, la mano, tonto. ¿Qué haces ahí, contemplándola con ojos espantados?...
A la tercera, Fortunata había salido. Dos horas después entró, trayendo un paquete en la mano. «¿Que de dónde vengo? Pues de comprar unas cosillas. ¿No me dijiste que querías una corbata? Mírala». Una noche entró Maximiliano bastante excitado. Le tomó la mano a su mujer, y haciéndola sentar a su lado, le dijo a boca de jarro: «Hoy he conocido a ese pillo que te deshonró».
Palabra del Dia
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