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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Fué obra para en Malta de gran caridad y de harto más provecho para los pobres que nadie podrá creer, sino los que vieron la necesidad que allí pasaron enfermos y sanos. Con toda esta mortalidad no faltaban cada día en casa del Maestre máscaras, danzas y fiestas de damas, y torneos y sortijas, con tanto placer y regocijo como se pudieran hacer al tornar de la jornada con victoria.

Aún vagaban por las calles algunos mascarones, últimos recuerdos de la pasada fiesta. Maltrana les sonreía, encontrándolos interesantes; también por su imaginación se paseaban como máscaras las más abigarradas ilusiones. Con la alegría del bienestar, emprendió a pie su marcha hacia los Cuatro Caminos.

Pero al revolver la esquina quedó estupefacto viendo frente á á Paca, que marchaba tranquilamente al lado de su marido. Sintióse turbado y molesto. ¿Quién era, pues, la máscara que le había dicho la buenaventura? Sin embargo, los abordó con fingida calma y alegría. Charlaron de las máscaras y de las ocurrencias más graciosas que aquella tarde habían oído.

Velázquez, que siempre se había mostrado indiferente á estas bullas y se había reído de los burlados, dijo en voz alta y con acento colérico que estaba bien hecho y que fué lástima que el hombre no le hubiese sacado las tripas al galancete. Cuando los culpables fueron arrojados del salón y se restableció la calma, vió entre las máscaras una más alta que le pareció su amante.

Y tampoco eran máscaras las mujeres astrosas que veía a lo lejos con faldas multicolores; y los hombres con chaquetillas de soldado o con levitas verdinegras, cuyos faldones cubrían sus perneras remendadas, asomando el pecho velludo entre los forros de seda de las solapas.

Bajaban coches de lujo, cuyos cocheros gritaban para evitar el desorden y los atropellos. Deteníanse los vehículos atarugados, y la gente, refugiándose en las aceras, se estrujaba como en los días de pánico. La tienda del viejo Schropp detenía a los transeúntes. Como se acercaba Carnaval, todo era cosa de máscaras, disfraces, caretas.

Grandes fueron las galas, máscaras, representaciones, arcos triunfales, fiestas de á pié y á cavallo, juegos que llamavan bojordos de espada y lançaRefiérese en papeles antiguos, que volviendo los Cortesanos á Castilla, en sus exageraciones de esta ostentosa entrada, dieron principio al elogio: «Quien no vió á Sevilla, no vió maravilla;» y al adagio: «A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dió de comer

Al entrar el joven en la arboleda vio venir hacia él las máscaras que le había mostrado la mujer de Coleta. ¡Es Isidro!... ¡Es el sabio! ¡El que escribe en los papeles! El grupo le rodeó: todo él era de mujeres. Se habían retirado al bosquecillo, cansadas de pasear por las calles del barrio, donde tenían que defenderse de los pellizcos de los mozos.

Extendíase esta frente a ella, solitaria por completo, subiendo en suave declive hasta la de Serrano, y veíanse cruzar a través, con cierto aspecto fantástico, como por el cristal de una linterna mágica, transeúntes que el frío hacía marchar apresurados, coches que llevaban máscaras a los bailes, y de cuando en cuando, los tranvías que subían y bajaban con sordo ruido, pareciendo a lo lejos monstruosos faroles ambulantes.

Fuimos hasta los caminos de los puentes sobre los canales, donde saltimbanquis semi-desnudos, con máscaras simulando demonios pavorosos, hacen destrezas con una picardía bárbara y sutil; y mucho tiempo estuve admirando los astrólogos que, vestidos con largas túnicas, adornados con dragones de papel, venden ruidosamente horóscopos y consultas de astros. ¡Oh, ciudad, fabulosa y singular!

Palabra del Dia

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