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Actualizado: 9 de junio de 2025


El labrador trabajaba para él, y si el campo tenía un amo, éste limitábase a cobrar el arrendamiento, procurando por la fuerza de la costumbre y por miedo al compañerismo de los pobres, no aumentar los antiguos precios. El recuerdo de los campos, siempre verdes, alegraba después de tantos años al viejo Zarandilla, pasando como una visión luminosa por sus ojos oscuros.

Ahora, la mujer impalpable y luminosa que le seguía a todas partes había desaparecido, pero era para ocultarse indudablemente dentro de aquella otra real y tangible que tenía a su lado.

Había oído hablar algo de muebles rotos y peleas con el mayordomo. Una insignificancia. Una humorada de mis amigos los norteamericanos... Pero el conflicto quedó arreglado inmediatamente. Habían salido todos del fumadero atraídos por la luna, una luna enorme que cubría de plata viva el Atlántico y hacía correr por los costados del buque arroyos de leche luminosa.

Se veía el disco de color de cereza, detrás de las ramas del olivar, como al través de una celosía negra. Sus últimos rayos, a ras de tierra, coloreaban con un resplandor anaranjado la columnata de troncos de los olivos, las marañas de plantas de la tierra, las curvas del cuerpo de la moza tendido en el suelo. La punzante película de las chumberas erizábase como una epidermis luminosa.

En su boca, grande, de labios sensuales y carnosos, por entre los cuales asomaba la dentadura espléndida y luminosa, parecía apuntar una sonrisa acariciando el paisaje. ¡Qué hermoso es esto! dijo sin volverse hacia su acompañante. ¡Cómo deseaba volver a verlo! Por fin llegaba la ocasión para hacer la ansiada pregunta: ella misma se la ofrecía.

El manotazo á la primera máquina volante que le había explorado con sus luces, así como la curiosidad de Gillespie, que le permitió descubrir por encima del bosque todas las evoluciones de la flotilla luminosa, aconsejaron la necesidad de un ataque brusco y rápido.

Llevaba Juan Jerez en el rostro pálido, la nostalgia de la acción, la luminosa enfermedad de las almas grandes, reducida por los deberes corrientes o las imposiciones del azar a oficios pequeños; y en los ojos llevaba como una desolación, que solo cuando hacía un gran bien, o trabajaba en pro de un gran objeto, se le trocaba, como un rayo de sol que entra en una tumba, en centelleante júbilo.

La suave corriente sin rumor arrastraba enormes troncos de árboles, que avanzaban en silencio, mecidos por el imperceptible oleaje, atravesaban rápidamente la faja luminosa, sobre la placa del río e iban a perderse de nuevo en la oscuridad, viajeros errantes que nos precedían en la ruta.

Nuestro entendimiento concibe absolutamente una existencia como eterna; pues que le es imposible el concebir un comienzo absoluto, sin un ser anterior. V, cap. ¡Que verdad tan luminosa! ¡Cuántas reflexiones inspira! Sigamos meditando. Pero esos tránsitos del no ser al ser, no son ni siquiera concebibles, sino presuponiendo algo existente, necesario y eterno.

La tarde era espléndida, una linda tarde de otoño, fresca y luminosa. Hormigueaba la multitud en la ancha calle; puertas y ventanas estaban cuajadas de muchachas bonitas, y era aquello un conjunto de gentes festivas y alegres, tan pintoresco y hermoso, que no le olvidaré jamás. Unas que iban bulliciosas y parlanchinas; otras, que volvían cansadas, arrepentidas, cargando el cesto de la comida.

Palabra del Dia

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