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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Estando a vueltas con estos pensamientos, entró su padre muy diligente, con una carta en la mano y diciendo: Oye, oye, Nieves: una buena noticia. Dejó Nieves lo que hacía y lo que pensaba, y se volvió hacia su padre preguntándole qué noticia era ella. Acabo de recibir con el correo de hoy esta carta que es de tu tía Lucrecia.
Rufita, que es la hija, la hija de doña Zoila Mostrencos, hermana carnal de don Cesáreo, esposo de doña Lucrecia; Rufita, digo, la supuesta prima de Nieves y sobrina, por consiguiente, de usted, me paró ayer en la calle yendo con su madre y me dijo: «supongo, don Claudio, que esos señores no nos tirarán con algo si vamos a visitarlos en cuanto lleguen... porque pensamos visitarlos.
Las malas lenguas pueden decir cuanto se les antoja, los mal pensados pueden suponer las mayores diabluras; pero lo cierto es que doña Inés era recatadísima y, o bien tenía razón el padre Anselmo y era una Lucrecia cristiana, o bien sabía, con prodigioso artificio, practicar aquel famoso precepto que dice: «Si no eres casta, sé cauta.» De aquí que doña Inés pudiese erguir muy alta la frente y calificar de brutal y grosera calumnia la más leve insinuación que contra su honestidad se atreviese a hacer algún deslenguado.
El Padre, que es un excelente varón, y además instruido y discreto, la celebra mucho. Y hay que dar crédito a sus alabanzas, porque el hombre es desinteresado. Si todo el ser de Rafaela consistiese en lo dicho, Penélope, Lucrecia y cuantos modelos de perfectas casadas hubo después en el mundo hasta el día de hoy, quedarían eclipsados y por su virtud conyugal resplandecerían menos que Rafaela.
Todas estas cosas se las contaba la gorda Lucrecia al tuerto Alejandro en un lenguaje bárbaramente desleído en una tintura medio guachinanga, medio tlascalteca, señal evidente de que la hembra de los Bermúdez Peleches hablaba ya en mejicano como los jándalos montañeses hablan en andaluz.
Pues, si descendemos, si pretendes que me trate con la mujer del escribiente, del portero o del empleadillo, ¿de dónde infieres tú que he de hallar en ellas toda la severidad de Lucrecia? ¿Está acaso vinculada la virtud en la gente humilde? ¿Es la honestidad privilegio exclusivo de las hembras menesterosas?
Y ¿quiénes son esas parientas, papá? Pues la hermana y su hija del marido de tu tía Lucrecia. No veo el parentesco. Ni yo tampoco... ni ellas mismas le verán, porque no existe; pero desean aparentarle. Buen provecho les haga, ¿no es verdad? Se me olvidó ese detalle en mi carta, y ahora le recuerdo. La madre no llega a tanto.
Sus cabellos relucían como oro candente, suponiéndose que se los adobaba y doraba con cierta loción cosmética de muy pocos conocida, y usada también por la famosa Lucrecia Borgia, Duquesa de Ferrara.
Palencia, aunque sorprendido por aquella frialdad que atribuyó á un exceso de modestia patriótica, continuó elogiando el arte extraordinario de la Duse. A cada momento, y á guisa de ilustraciones interpoladas en el curso de su apasionada jaculatoria, preguntaba: ¿La ha visto usted en La dama de las camelias? ¿La ha visto usted en Fedora?... ¿Y en Lucrecia Borgia?... ¿Y en María Estuardo?...
Para adecentar la vida pública y la moral privada, v. gr., la sola libertad de la prensa ha resultado más eficaz que las legiones de censores, confesores, inquisidores y predicadores, que torturaban disidentes y liberales mientras el papa Alejandro VI, su hijo el cardenal César Borgia y su hija Lucrecia, daban a la Europa cristiana el modelo de una perversidad y depravación que no han sido superadas.
Palabra del Dia
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